María entra al instituto media hora antes de que suenen las sirenas del amanecer. Nadie la ve, pero todo debe estar listo. Aulas ventiladas, baños con papel, suelos relucientes. Lleva diecisiete años limpiando en el mismo centro de secundaria de Cádiz. Cobra 820 euros al mes. No la conoce el claustro. Ni siquiera los padres del alumnado. Pero sin ella, el día no empieza.
«Nos llaman esenciales solo cuando hay pandemia. Después, vuelta a la invisibilidad. Y con suerte, no nos bajan el sueldo», dice María, sin levantar mucho la voz.
Su historia se repite, casi calcada, por cientos de centros públicos, oficinas municipales, hospitales y calles en toda Andalucía. Son miles de mujeres —casi todas mujeres—, las que limpian lo que otros ensucian, sostienen servicios públicos externalizados y enfrentan condiciones laborales precarias, contratos mínimos y desprecio social.
Cada mañana, mucho antes de que el sol se levante sobre las plazas y avenidas andaluzas, cientos de siluetas invisibles cobran vida al amparo de la penumbra. Son mujeres, fuertes y resilientes, que armadas con escobas y detergentes, barren, friegan y pulen cada rincón de nuestras ciudades. Como centinelas de la limpieza, eliminan con diligencia las huellas del desorden y el desaliño que otros dejan atrás. Son ellas quienes garantizan que los hospitales estén libres de gérmenes, las aulas reluzcan de limpieza y que las calles de las ciudades no queden inundadas bajo la acumulación de basura y mugre. Su labor, aunque esencial, se desarrolla en la sombra, oculta tras la cortina de la rutina diaria, y tristemente se encuentra amenazada por condiciones laborales insatisfactorias, contratos escasos y un desprecio social no merecido.
Los ecos de su arduo trabajo resuenan silenciosamente en las aulas vacías de escuelas y universidades, en las salas de espera de los hospitales, en los pasillos de las oficinas y en los parques y plazas de todas las ciudades andaluzas. Estas mujeres se enfrentan diariamente a la precariedad laboral y la falta de respeto social; tienen contratos mínimos y, a menudo, con salarios que apenas les permiten cubrir las necesidades básicas. Sin embargo, a pesar de estas adversidades, continúan, dándolo todo, al pie del cañón, limpiando, desinfectando, sosteniendo nuestros espacios públicos y cuidando de nuestra salud y bienestar. Cada rincón limpio, cada superficie brillante, cada calle libre de basura es un testimonio de su dedicación incansable, de su lucha silenciosa pero constante contra la suciedad y el desorden. Y todo esto, a menudo, sin el más mínimo reconocimiento o gratitud.
En Andalucía, el 84% del personal de limpieza son mujeres. La mayoría, mayores de 45 años. Y un 60% trabajan a través de empresas subcontratadas que hacen negocio con el mantenimiento de espacios públicos. La limpieza, lejos de ser un sector marginal, es una de las bases ocultas del empleo en la comunidad.
La ciudad sin ellas
Si todas las limpiadoras andaluzas hicieran huelga un solo día, las ciudades colapsarían. Lo saben bien en Jerez, donde en 2023, la plantilla de limpieza de los colegios públicos protagonizó una huelga de tres semanas para exigir la actualización de sus salarios congelados desde 2018.
«Nos dijeron que no podían subirnos el sueldo porque no había presupuesto. Pero luego firmaron un contrato millonario con la nueva adjudicataria», explica Carmen, una de las portavoces del comité.
El sector se encuentra completamente descentralizado. En algunos municipios, la limpieza depende del ayuntamiento; en otros, de empresas privadas contratadas por licitación. En todos los casos, la lógica es la misma: externalizar el servicio para recortar costes. Lo que suele traducirse en recortes salariales, menos personal por centro y más carga de trabajo.
La descentralización del sector de la limpieza en Andalucía dibuja un mapa heterogéneo en el funcionamiento y organización de estos servicios. Tomando como ejemplo el distintivo modelo de Córdoba, donde la gestión recae en la manos del ayuntamiento, se puede apreciar una estructura que privilegia la contratación de trabajadores locales y mantiene una cierta estabilidad laboral. Sin embargo, este esquema no es ni mucho menos la norma generalizada. En lugares como Jaén o Huelva, son empresas privadas las que ostentan la responsabilidad de mantener limpios los espacios públicos. Aquí, el panorama es menos halagüeño: los ingresos de las licitaciones municipales no suelen ser suficientes para cubrir salarios dignos y la contratación se ve mermada.
La estrategia de externalización de servicios, aun siendo una práctica legal y habituada, conlleva una serie de desafíos significativos. Reducir costos puede traducirse en salarios más bajos, contratación insuficiente y sobrecarga de trabajo para los empleados existentes: una realidad que a menudo sufren las mujeres que se dedican a la limpieza en Andalucía. No es infrecuente que empresas adjudicatarias de licitaciones públicas contraten menos personal del necesario, asumiendo que los trabajadores existentes serán capaces de asumir la carga adicional en aras de mantener sus empleos. La trampa se escuda en que gana la oferta más económica para la administración, no la mejor, y normalmente los recortes vienen de sueldos, horas y demás malabares.
Candela, una trabajadora de limpieza en Sevilla, narra cómo se esperaba que ella y sus compañeras, después de un recorte de personal, hicieran el mismo trabajo que antes pero con menos tiempo, y por lo tanto, menos dinero debido al recorte salarial. Sin duda, los desafíos a los que se enfrentan las mujeres que mantienen limpias nuestras ciudades son de largo alcance y a menudo desconocidos para muchos. Los gobiernos locales y las empresas privadas tienen una responsabilidad compartida de garantizar la equidad y la dignidad en el sector de la limpieza. Es esencial, por tanto, hacer visible y valorar el esfuerzo y dedicación de estas trabajadoras invisibles.

El peso de la invisibilidad
Luisa trabaja en un centro de salud de Almería. Hace turnos dobles cada semana. Tiene tres nietos y una prótesis de cadera. «Si yo falto un día, no limpian. Pero si reclamo, me dicen que hay veinte esperando el puesto».
La amenaza del despido silencioso, la contratación por días o por horas, y la constante rotación son parte del modelo. A ello se suma una violencia estructural: muchas limpiadoras ni siquiera conocen sus derechos laborales. Algunas no saben leer bien los contratos. Otras son migrantes que temen represalias.
Además, la imagen pública del sector continúa cargada de estigma. La precariedad se normaliza porque «solo limpian». Como si limpiar no fuera una de las tareas más importantes de una sociedad que se dice moderna, pero que vive entre residuos, virus y suciedad latente.
El estigma social adherido al sector de la limpieza resalta una paradoja desafortunada. Frente a nosotros, las calles pulcras y los edificios brillantes son obras maestras de arte que nos complacen, pero las heroínas sin capa detrás de estas obras maestras son invisibilizadas, relegadas al olvido y al desprecio. ¿No es absurdo que menospreciemos un trabajo que hace posible nuestra vida diaria? Estas mujeres, empapadas en agotamiento y precariedad, trabajan incansablemente incluso mientras el mundo duerme, transformando las ciudades en espejos brillantes. Así, la ciudad despertando a una nueva aurora, las oficinas impecables preparadas para negocios de alto vuelo, los hospitales desinfectados listos para recibir pacientes, todos son testimonio del valor incalculable de su trabajo, que ilumina todo a su paso.
Sin embargo, gran parte de la sociedad ve sus ocupaciones como solo limpiar, sin apreciar que limpiar es una de las tareas más esenciales para mantener el orden y la salud en nuestras vidas. Cuando brotan enfermedades, cuando los desechos se acumulan, es cuando nos damos cuenta de cuán vital es su trabajo. La precariedad que viven es un reflejo amargo de un sistema que da por sentado sus esfuerzos. A menudo trabajan largas horas por un salario mísero, y a pesar de soportar el calor, el frío y la humillación, siguen siendo invisibles para muchos de nosotros. Pero la paradoja es que esas mismas personas que las ignoran dependen en gran medida de ellas para mantener sus vidas ordenadas y estables. Si queremos embarcarnos hacia un futuro más moderno y justo, todos necesitamos reconocer su valor y aportes, desmantelando este estigma y transformando su ‘invisibilidad’ en el respeto visible y tangible que merecen.
Sindicalismo entre fregonas
Frente a esta realidad, surgen resistencias. Pequeñas, constantes, invisibles también. Pero firmes.
En Sevilla, el sindicato SAT ha acompañado huelgas del personal de limpieza del Hospital Virgen del Rocío. En Huelva, Comisiones Obreras ha logrado que se abone el plus de toxicidad a las limpiadoras de una empresa subcontratada. En Córdoba, CGT ha organizado una campaña por la internalización de los servicios de limpieza de edificios públicos.
«Si el servicio es público, la plantilla también debería serlo», reclama Inés, sindicalista y antigua trabajadora de limpieza en institutos de la provincia de Granada.
Pero aún son excepciones. La mayor parte de las trabajadoras de limpieza siguen aisladas, sin comités de empresa, sin espacio para sindicalizarse, con miedo a perder un empleo que apenas alcanza para sobrevivir.
El sindicalismo entre las trabajadoras de la limpieza es una lucha lenta por mejorar sus condiciones laborales y obtener reconocimiento por su trabajo esencial. En Navarra, seis trabajadoras de la limpieza y sindicalistas de LAB fueron detenidas por organizar acciones de desobediencia contra la patronal y una empresa de limpieza, lo que demuestra la resistencia y el empoderamiento de estas trabajadoras.2 En Castilla-La Mancha, CCOO y UGT han llevado a cabo huelgas y han reclamado la implicación del Ejecutivo regional en la solución de conflictos laborales, instando a las empresas a negociar de buena fe y a mejorar las condiciones de trabajo, incluyendo salarios y jornadas laborales.
Estas acciones sindicales buscan mejorar las condiciones laborales, que a menudo son precarias y con bajos salarios, y también buscan combatir el acoso sexual y la discriminación que a menudo enfrentan estas trabajadoras. El sindicalismo entre las trabajadoras de la limpieza es crucial para lograr un cambio en las condiciones laborales y para que sus esfuerzos sean reconocidos y valorados, pero es un camino de recorrido lento, debido al tamaño de las empresas de limpieza, lo invisible de su trabajo y la carga de tener que multiplicar sus horarios.

¿Y si mañana no limpian?

Hemos planteado la pregunta a varias lectoras en redes sociales de TuPeriódico: ¿Qué pasaría si un día nadie limpiara tu centro de salud, tu colegio o tu calle? Las respuestas fueron inmediatas. Y todas con el mismo tono: colapso. Basura. Caos. Infecciones. Malestar general. La sociedad depende de estas trabajadoras y trabajadores, pero, ¿cuántas veces se les reconoce su trabajo? Pocas. ¿Cuántas veces se les paga acorde a la importancia de su labor? Muy pocas. El trabajo de limpieza se considera «invisible» hasta que el caos se hace palpable, y esa invisibilidad es el terreno fértil para la precariedad y la explotación.
Entonces, ¿por qué no valoramos ese trabajo como esencial todos los días? ¿Por qué seguimos dejando que se les trate con desdén y se les pague con salarios que apenas cubren lo básico? La respuesta está clara, aunque incómoda: porque la limpieza es un trabajo que no tiene voz, que no se asocia a las grandes luchas laborales ni a los sectores «prestigiosos» de la economía. Se les trata como si su labor fuera prescindible, y el sistema sigue funcionando mientras permanece oculta a la vista de la mayoría.
En un informe reciente del Observatorio Andaluz de Empleo, se alerta de que la limpieza es uno de los sectores con mayor precariedad estructural de la comunidad. Pero también, uno de los más resistentes al cambio por la falta de visibilidad pública. ¿Quién se beneficia de que el trabajo de limpieza siga siendo invisible? La respuesta está en las estructuras de poder que mantienen un sistema que explota a los más vulnerables y los invisibiliza de manera que nunca llegan a convertirse en una amenaza para el statu quo. Mientras la sociedad se desentiende, las empresas se enriquecen y la precarización sigue su curso, escondida bajo la alfombra de un sistema que prefiera ver el polvo acumulado en las esquinas antes que reconocer la dignidad del trabajo que lo elimina.
Este olvido no es accidente; es una decisión política. Y no podemos seguir mirando para otro lado.
Hacia un futuro digno
Desde la redacción de TuPeriódico hemos acompañado a varias limpiadoras durante semanas. Hemos recogido sus testimonios, sus silencios, sus jornadas eternas. Nos han enseñado que no solo limpian. También sostienen la dignidad de nuestros barrios, la salud pública y el funcionamiento básico de nuestras instituciones.
María, la limpiadora del instituto de Cádiz, lo resume así:
«Yo no quiero que me den las gracias. Quiero que me paguen lo justo. Que me traten con respeto. Que sepan que estoy ahí.»
Nosotros sí lo sabemos. Y lo contamos. Porque Andalucía se construye desde abajo. Y también se limpia desde abajo.