Nos vendieron una Andalucía rural vacía. Pero es mentira. Andalucía no se vacía, la exprimen.
Las imágenes de casas abandonadas, estaciones sin viajeros y campos sin relevo generacional son reales, sí. Pero no son un fenómeno natural, ni un castigo divino. Son el resultado de políticas concretas, decisiones económicas y abandono institucional. La Andalucía rural no se está quedando sola. La están dejando sola.
De la despoblación a la desertificación social
Cuando se habla de «Andalucía vaciada», se usa un término que nos coloca como víctimas pasivas. Pero nuestros pueblos no están vacíos: están siendo vaciados. Y lo están por acción u omisión de quienes ocupan el poder.
En la Sierra Norte de Sevilla, por ejemplo, pueblos como Alanís o Las Navas han perdido entre un 15 % y un 30 % de su población en dos décadas. No porque a la gente le guste irse, sino porque no puede quedarse. Los servicios desaparecen, el transporte público se elimina, los centros de salud cierran o se recortan… y vivir en el pueblo se convierte en una gesta.

Energía para otros, miseria para aquí
La instalación masiva de macroparques solares y eólicos en zonas rurales se vende como «progreso», pero deja migajas. Las tierras se alquilan a grandes fondos inversores, y la energía generada no revierte en el territorio. La paradoja: sol para media Europa, pero cortes de luz en pleno verano en pueblos como Aznalcóllar.
¿Quién se beneficia? Empresas de fuera. ¿Qué queda? Suelo inutilizable para la agricultura, caminos cortados, y una nueva dependencia estructural.
El campo sin quien lo cultive
El relevo generacional en el campo andaluz no llega. Pero no es por falta de ganas: es por falta de condiciones. Los precios que se pagan por kilo de aceituna o tomate están por debajo del coste de producción. Los jóvenes heredan tierras, pero no derechos ni acceso a ayudas. Y la PAC (Política Agraria Común) sigue beneficiando a los grandes latifundistas.
Mientras tanto, se importan frutas de Marruecos o Perú más baratas, sin controles sociales ni ambientales. ¿Resultado? Abandono rural.

Sin tren, sin médico, sin futuro
Un caso real: Constantina, 5 000 habitantes, perdió su conexión ferroviaria directa con Sevilla, tal y como se entiende un servicio de movilidad. En verano, el tren pasa solo cuatro veces al día. En invierno, es aún peor, con las temperaturas, la oscuridad. ¿Cómo se va un joven a estudiar, una mujer a una revisión ginecológica, o una persona mayor a su especialista si tiene que planificar todo su día en función del tren?
La lógica neoliberal dice: si no es rentable, se cierra. Pero un Estado no es una empresa. La rentabilidad social no se mide en euros, sino en arraigo, en bienestar, en justicia. ¿La alternativa? Autobuses que pueden no pasar, que rebajan su estándar de calidad y comodidad respecto de los más conocidos y usados. Movilidad de segunda.
Fondos europeos… ¿para quién?
Se han aprobado millones de euros para la «cohesión territorial», la «transición ecológica» y la «digitalización rural». Pero muchos ayuntamientos pequeños no tienen ni técnicos para redactar los proyectos. El dinero se lo lleva quien puede gestionarlo: diputaciones, consorcios, consultoras. Y así, se reproducen los mismos desequilibrios. Una reedición constante del famoso Plan E, que regó España de dinero con la esperanza keynesiana de reactivar la economía, pero terminó siendo abono de corrupción, acerados mejorados hasta en tres ocasiones distintas y obras faraónicas abandonadas a su suerte.
Proyectos absurdos como apps turísticas para pueblos sin cobertura o plataformas de comercio online para negocios que no tienen acceso a fibra óptica.

¿Y si no es un error, sino un plan?
Este no es un fenómeno aislado, ni exclusivo de Andalucía. Pero aquí se mezcla con el peso de siglos de colonialismo interior. Con la lógica de una economía extractiva que trata nuestros recursos como mercancía y nuestras vidas como daño colateral.
Quizá no estemos ante un fracaso, sino ante un éxito: el de quienes planearon una Andalucía útil solo como despensa, como solarium, como vertedero.
Lo que se defiende, resiste
Pero frente al vaciamiento hay respuesta. Cooperativas que reocupan tierras. Mujeres que vuelven al pueblo y montan proyectos de crianza compartida. Asociaciones vecinales que exigen trenes, ambulatorios, bibliotecas.
La clave está en cambiar el marco: no es una Andalucía vacía. Es una Andalucía expulsada. Y mientras quede una voz que lo cuente, una mano que plante, un niño que hable en andaluz en el patio de un colegio rural, habrá futuro.
Porque esta tierra no se rinde. Aunque la expriman, sigue dando fruto.