De pequeño, Ernesto no aprendió a callar, sino a preguntar. Nació en Conil, tierra abierta al Atlántico, donde el salitre se mezcla con la política y el compañerismo. En su casa, el pan se partía al ritmo de las asambleas: su madre Pepi y su padre Antonio venían del Partido del Trabajo de España, y cuando aquel se disolvió, se integraron en las filas del PCE. Desde entonces, la militancia fue parte del aire que respiraba.
Pero si hubo alguien que le enseñó a no tragar saliva ante la injusticia, además de su familia, fue un cura. Dámaso Pineda Fernández, sacerdote de la HOAC, les hablaba de América Latina, de Cuba, de Leonardo Boff. Un cura rojo, de los que ya apenas quedan. «Nos demostró que incluso desde dentro de la Iglesia se podía levantar la voz», recuerda Ernesto.
Hoy, tras décadas de lucha, es el secretario general del Partido Comunista de Andalucía. Vive en Málaga, pero lleva a Conil en el alma. «Es un pueblo que vive de la mar, del campo, del turismo… Abierto, solidario, trabajador. Eso te marca», dice con orgullo.
Y añade, sin vacilar:
—Yo no tengo en mi calendario dejarlo todo. Hasta el último día de mi vida voy a pelear.
Bloque 1: Raíces y conciencia
Antes que dirigente, Ernesto Alba es hijo de una casa obrera donde la militancia era el pan de cada día. En este bloque, viajamos al origen del compromiso político que lo define.
TuPeriódico (TP) —¿Dónde nace tu forma de mirar el mundo? ¿Fue en casa, en la calle, en el sindicato…?
Ernesto Alba (EB) —Un poco en todas partes. En casa, sobre todo. Mi padre y mi madre, Antonio y Pepi, han sido militantes toda la vida. Vienen de la tradición del Partido del Trabajo de España, y cuando aquel se disolvió, se integraron en el Partido Comunista. Eso fue a comienzos de los 80. En mi casa siempre se respiraron valores de izquierda y, sobre todo, el valor del trabajo militante.
Y luego, claro, la calle. Crecí rodeado de gente de barrio, de trabajadores. Los valores de comunidad, de solidaridad, de compañerismo estaban muy vivos. A eso se suma la militancia desde joven: en la Juventud Comunista primero, y más tarde en Izquierda Unida y en el Partido. Es un compromiso que me acompaña desde siempre.
TP —¿Quién te enseñó a no tragar saliva ante una injusticia?
EA —Mi padre y mi madre, sin duda. Y también un cura: Dámaso Piña Fernández. Era un cura de barrio, de esos que no daban misa, sino que reunían a los chavales para hablar de la vida. Venía de la HOAC y estaba muy influido por la teología de la liberación. Nos hablaba de América Latina, de Cuba, de Leonardo Boff. Desde dentro de la Iglesia nos enseñaba a no resignarnos, a levantar la voz. Fue muy importante en mi barrio, en Conil.
TP —¿Qué conserva hoy Ernesto del niño de Conil?
EA —Lo conservo todo. Aunque vivo en Málaga, soy muy de mi pueblo, de Conil. Allí nací y allí crecí. Es un pueblo de izquierdas, muy solidario, muy abierto. Vive del mar, del campo y del turismo. Está abierto al Atlántico y eso, de alguna manera, te forma también el carácter. Siempre he llevado a mi tierra por bandera.
TP —¿Y qué tuvo que dejar atrás para poder seguir?
EA —Sobre todo, a la familia. A los amigos, a los compañeros y compañeras del partido. Son los tres pilares que más se echan de menos cuando uno sale de su tierra. Mantengo el contacto con Conil, estoy al tanto de lo que pasa, pero claro… no es lo mismo que tenerlos al lado. Se echa de menos ese calor, ese apoyo cercano, esa complicidad cotidiana.
Bloque 2: Ser comunista en 2025
Declararse comunista no es un gesto nostálgico, sino un acto de responsabilidad frente a la injusticia. Ernesto defiende una militancia con los pies en el siglo XXI y la mirada limpia de dogmas.
TP —¿Qué significa hoy declararse comunista en Andalucía?
EA —Significa no tragar saliva ante la injusticia. Significa formar parte de una tradición política con mucho arraigo en nuestra tierra. Más allá de militar en un partido centenario como el PCE, hay una fecha clave para mí: 1979. Ese año, en un congreso en Torremolinos, el Partido Comunista de Andalucía adquiere autonomía como federación. Ese paso tuvo mucho que ver con las luchas por la autonomía andaluza durante la Transición, y con una forma de mirar el mundo desde aquí, desde Andalucía.
Los comunistas tenemos un arraigo fuerte en esta tierra. Nuestra lucha siempre ha estado pegada al territorio y a los problemas cotidianos de la gente. Desde la reforma agraria de los ochenta hasta la defensa de los servicios públicos hoy, hemos estado ahí: en la pelea por una vivienda digna, por la sanidad, por la dependencia. Y seguimos ahí, porque siguen los retrocesos y las injusticias.
TP —¿Has tenido que explicarlo más veces a tu gente o a los medios?
EA —A la gente, la verdad, no tanto. En Andalucía, el papel del Partido Comunista siempre ha sido respetado, incluso en momentos de crisis profunda para la izquierda. Mira, en el 82, cuando el PSOE arrasó en las generales y muchas fuerzas de izquierda desaparecieron, el PCE en Andalucía tuvo que tomar la iniciativa. De ahí nació Convocatoria por Andalucía y todo el proceso que luego dio forma a Izquierda Unida. Fue Julio Anguita quien planteó entonces que el partido tenía que liderar un proceso de unidad desde un programa común.
Eso está muy instalado en la memoria política de Andalucía. Los medios lo saben. Con sus críticas, sí, pero también con respeto. Aquí no hay que explicarlo tanto.
TP —¿Qué es lo más injusto que se dice hoy del comunismo… y qué autocrítica crees que aún se deben?
EA —Lo más injusto es el uso del comunismo como ladrillo arrojadizo. Desde la caída del Muro de Berlín, la derecha ha utilizado la palabra «comunista» no como un concepto político, sino como un insulto. Como si fuera algo que tiene cuernos y rabo. Es grotesco.
¿Y la autocrítica? Pues que a veces, desde nuestras propias filas, no se reconoce que ese modelo soviético fracasó. Hay quien sigue haciendo análisis como si la URSS no hubiera caído. Y eso te impide tener una mirada real del presente y del futuro. Un marxista no se lo puede permitir. Si no somos capaces de analizar bien la sociedad del siglo XXI, no vamos a acertar políticamente. No se trata de renegar de nuestra historia, sino de entenderla, con sus luces y sus sombras.
Bloque 3: Política, organización y unidad
Unidad, sí. Pero no desde el reparto de culpas ni la suma de siglas, sino desde la lealtad al pueblo andaluz. Aquí, el secretario general del PCA habla sin eufemismos de alianzas, errores y esperanzas.
TP —¿Qué lugar debe ocupar el Partido Comunista de Andalucía hoy en la Andalucía que viene?
EA —El PCA es una fuerza política que forma parte de Izquierda Unida, sí, pero también tiene un papel propio que cumplir. Para mí, hay tres tareas clave hoy:
Primero, tener un análisis afinado del momento político que vive Andalucía. No podemos improvisar ni ir a rebufo. Segundo, formar cuadros políticos con capacidad de intervenir en los movimientos sociales y en la vida pública, ya sea desde IU o desde otros espacios. Y tercero, impulsar iniciativas propias. No esperar a que nos llamen, sino tener capacidad de proponer, de mover ficha. Si no estamos en esos tres niveles, no estamos cumpliendo con nuestro papel.
TP —¿Es posible la unidad de las izquierdas andaluzas sin renunciar a lo que cada cual representa?
EA —Sí, pero solo si se entiende bien lo que significa la unidad. La unidad siempre implica cesiones. Si no hay cesión, no hay unidad. No se trata de perder identidad, sino de entender que hay que construir algo más grande que uno mismo.
Yo siempre me he referido a lo que decía José Díaz, secretario general del PCE durante la República y la Guerra: unidad, unidad, unidad. Y en aquel contexto lo decía con profundidad política, no como consigna vacía.
Hoy estamos ante una ola reaccionaria. La extrema derecha avanza, y aquí no caben orgullos de sigla. Esto no va de orgullo rojo, ni morado, ni rosa. Esto va de orgullo andaluz. Y si no lo entendemos así, la gente —la gente a la que decimos representar— no nos va a entender.
TP —¿Quién debe dar el primer paso? ¿Y a qué hay que renunciar de verdad?
EA —El PCA ya lo dio. En octubre abrimos un proceso interno que duró varios meses. Hicimos autocrítica, analizamos los errores de los últimos diez años en los procesos de confluencia, sin señalar a nadie. Porque si empezamos a buscar culpables, aquí no queda nadie en pie. O asumimos los errores como espacio político, o no hay futuro.
Nuestra propuesta fue clara: no dedicar más tiempo al debate de la unidad, sino construir ya una herramienta política útil para los trabajadores y trabajadoras andaluces. No queremos repartir culpas, queremos repartir responsabilidades para construir una alternativa. Y eso requiere sensatez, coherencia y, sobre todo, lealtad con el pueblo andaluz. No podemos volver a hacer el ridículo.
TP —¿Qué enseñanzas dejó Adelante Andalucía? ¿Y qué heridas aún no se han curado?
EA —Adelante fue uno de los procesos de confluencia más interesantes que ha habido. Lo digo con todas sus luces y sombras. No fue solo un acuerdo entre partidos: hubo mezcla real de militancias, elaboración colectiva de programa, implicación de gente diversa. Se respiraba unidad desde abajo.
Pero luego las direcciones no supimos ponernos de acuerdo y el proyecto se rompió. Aquel proceso fracasó, sí, pero la idea sigue viva. Y tenemos tiempo para retomarla. Junio tiene que ser el mes del acuerdo político. A partir de ahí, Por Andalucía tiene que salir a acumular fuerza, a construir programa y a volver a generar ilusión.
TP —¿Y las heridas?
EA —Las mías, personales, están cerradas. Las miro con perspectiva. Evidentemente, hubo momentos duros, pero el tiempo cicatriza. Hoy no hay rencor. Sí hay reflexiones, sí hay memoria, pero no resentimiento. Lo que hay es voluntad de mirar hacia delante.
Bloque 4: Lo personal es político
¿Qué sostiene a quien lleva décadas peleando? ¿Qué agota más allá de lo razonable? Ernesto se abre en canal y habla de vulnerabilidad, rabia, amor y herencias invisibles.
TP —¿En qué momentos has pensado en dejarlo todo?
EA —Yo creo que un revolucionario no deja nunca del todo. Me crie escuchando que la lucha no se abandona. Me lo enseñaron mi padre y mi madre. Así que no, no tengo en mi calendario la opción de dejarlo todo. Otra cosa es que llegue el momento de dejar de estar en primera línea, de asumir otros papeles. Pero abandonar la militancia, no. Hasta el último día, seguiré peleando.
TP —¿Y qué —o quién— te hizo seguir cuando más difícil era?
EA —Depende del momento vital. Cuando tenía 15, 16, 17 años y empezaba a militar, miraba a mi alrededor y veía a compañeros de mi edad a los que les estaban jodiendo la vida. Y yo, que tenía otras condiciones, me sentía en la obligación de pelear también por ellos.
A los 30, cuando vivíamos una efervescencia política, me tiraba la responsabilidad colectiva. Pensaba: «Ahora que la gente sale, no me puedo quedar en casa». Y hoy, con 42, lo que me hace seguir es mirar a mi hijo. Tiene seis años. Pienso en él, en mi compañera, en mi familia… y sé que tengo que seguir peleando para dejarle un mundo mejor, una Andalucía mejor.
TP —¿Qué te sigue emocionando de la militancia?
EA —La militancia, cuando es auténtica, te da sentido. Hay días que no se consiguen los grandes objetivos, pero sí hay pequeñas victorias, gestos, alianzas… eso te emociona, te empuja, te da vida.
TP —¿Y qué te agota más allá de lo razonable?
EA —La incoherencia. Lo que más me agota es ver cómo la izquierda, a veces, no es capaz de anteponer el bien común a los intereses de parte. Me agota ver que, en momentos clave, no se pone el sentido común por delante. Es ahí donde flaquea uno. Somos humanos, claro, y hay momentos de debilidad, pero es frustrante.
Aun así, soy incombustible. Me podrán doler cosas, me podrán decepcionar personas, pero sigo. Porque creo en lo que hago. Y porque, aunque duela, merece la pena.
Bloque 5: Andalucía, hoy y mañana
El sur no es una estampa folclórica, sino una tierra con memoria y futuro. En este bloque, el sueño de Andalucía se pronuncia en voz alta: sin tutelas, sin pobreza, con dignidad colectiva.
TP —¿Qué Andalucía imaginas cuando cierras los ojos y sueñas a lo grande?
EA —Una Andalucía que piense a lo grande. Porque tenemos riqueza —económica, cultural, histórica— y tenemos derecho a decidir nuestro propio futuro. Andalucía ha sido tratada como una tierra subalterna, una periferia obligada a satisfacer los intereses de otros. Eso ha generado pobreza, desigualdad, dependencia.
Pero no estamos condenados. Yo imagino una Andalucía con capacidad autónoma, que levante la voz, que erradique la pobreza, que garantice derechos sociales, políticos y económicos. Una tierra que no dependa de nadie. Una Andalucía de esperanza, que no se conforme y que avance con dignidad.
TP —¿Qué tres palabras no deberían faltar nunca en un proyecto político andaluz?
EA —Andalucía. Unidad. Solidaridad.
Nota editorial
Esta entrevista forma parte de una serie de conversaciones con voces clave de la izquierda andaluza. En tiempos donde abundan las consignas y escasean los planes, creemos necesario volver a escuchar con calma. Las respuestas de Ernesto Alba abren más de una línea de debate. Y como siempre, en TuPeriódico, el diálogo continúa.