Hay una guerra silenciosa en nuestras ciudades. No lleva uniforme ni dispara armas, pero deja calles desnudas, aire más sucio y barrios más tristes. Es la guerra contra los árboles. Una poda agresiva, una tala injustificada o el cemento vertido sobre sus raíces bastan para matar, lenta o bruscamente, a uno de los aliados más importantes que tiene la vida urbana: los árboles.
Lo estamos viendo en toda Andalucía, y también aquí, en La Rinconada. No hace falta irse lejos: basta con recorrer nuestras calles para notar la ausencia. En la Hacienda Santa Cruz ya falta un olivo. En muchas zonas del municipio los alcorques están vacíos —o ni siquiera existen— y, en ocasiones, se ha llegado incluso a cubrir las raíces de los árboles con cemento. No es lo habitual, pero sí lo suficientemente grave como para que lo digamos claro: hay un problema de fondo con la forma en que se trata al arbolado urbano.
Y no, el árbol no es un capricho decorativo ni un gesto simbólico. Es una necesidad. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, las zonas con arbolado urbano pueden reducir la temperatura ambiente hasta en 4,7 °C. En ciudades cada vez más expuestas a olas de calor, esto puede ser la diferencia entre una vida digna o un riesgo para la salud. En 2022, el calor extremo fue responsable de más de 60 000 muertes en Europa. Muchas podrían haberse evitado con una mejor infraestructura verde.
Los árboles también son aliados directos en la lucha contra el cambio climático. Absorben CO₂, filtran partículas contaminantes, favorecen la biodiversidad y retienen el agua de lluvia, ayudando a prevenir inundaciones. Pero su valor no es solo ambiental: tiene un impacto directo en la salud pública. Estudios como el publicado en The Lancet en 2023 confirman que vivir cerca de zonas verdes reduce la incidencia de enfermedades cardiovasculares, mejora la salud mental y disminuye el consumo de fármacos ansiolíticos y antidepresivos.
Y, sin embargo, se siguen talando. En silencio, sin explicaciones. La excusa habitual es la «seguridad» o la «limpieza», pero ¿qué seguridad puede haber en una calle de 40 grados sin sombra? ¿Qué limpieza hay en el asfalto caliente y rajado, frente al frescor de una copa verde bien cuidada?
Lo del ficus de San Jacinto, en Sevilla, fue un símbolo mediático. Un árbol centenario, que daba vida a una plaza, fue talado de forma fulminante a pesar del rechazo vecinal. Pero ese mismo proceso ocurre a menor escala, todos los días, en pueblos y ciudades donde no hay focos. Donde los árboles desaparecen de madrugada, sin que nadie lo impida.
El pasado 15 de abril llevamos al pleno del Ayuntamiento de La Rinconada una moción para declarar el municipio como comprometido con los refugios climáticos. Fue aprobada con el apoyo de PSOE y de PP. Esa moción habla de sombra, de vegetación, de accesibilidad, de justicia climática. Porque un refugio climático no es un lujo; es una herramienta contra la desigualdad. No todo el mundo puede permitirse aire acondicionado, pero todo el mundo debería poder refugiarse bajo un árbol. Especialmente en los espacios públicos.
La vegetación urbana no puede seguir tratándose como un “extra”, algo que se pone después, si queda sitio. Tiene que ser parte estructural de cualquier proyecto urbanístico. Igual que no se concibe una calle sin aceras, no deberíamos concebir calles sin árboles.
Sé que hay quien pensará que hay cosas más urgentes. Pero es que esto también es urgente. Lo es cuando vemos cómo las olas de calor golpean más fuerte a las personas mayores, a las infancias, a quienes viven en pisos sin aislamiento. Lo es cuando hablamos de salud, de calidad de vida, de futuro.
Y también es una cuestión de identidad. Las ciudades sin árboles son ciudades tristes. Inhóspitas. En las que pasamos, pero no vivimos. Donde corremos a casa en vez de sentarnos a la sombra. Donde el cemento lo ocupa todo, y lo enfría todo.
Escribo esto como concejala. Como vecina. Como alguien que no se resigna a ver cómo se endurece el municipio en nombre de una supuesta modernización que excluye lo vivo. Apostar por los árboles es apostar por otra forma de estar en el mundo: más sensata, más humana, más cuidadora. Ya no vale con discursos. Hacen falta acciones. Y sombra. Mucha sombra.
Ojalá llegue el día en que no tengamos que defender cada árbol como si fuera el último. Pero mientras tanto, aquí estaremos. Porque cuando el cemento gana, perdemos todas.