«Mientras tú trabajas, alguien está planificando que nunca tengas tiempo libre».
Esa frase la escuché por primera vez en una asamblea de trabajadoras del hogar. Llevaban años sin convenio, sin derechos y sin descanso, pero tenían algo que el BOE aún no reconoce: conciencia de clase y tiempo para organizarse.
En esta tierra que huele a pan duro y a contratos temporales, la palabra «renta» ha sido secuestrada por la burocracia y la caridad. Pero no hablamos de ayudas, ni de subsidios, ni de migajas. Hablamos de una renta básica garantizada, incondicional, universal y feminista. Y sí, hablamos de Andalucía.
El sur que sostiene, el sur que no descansa
Según los últimos datos del INE, el 37% de la población andaluza está en riesgo de pobreza o exclusión social. En provincias como Cádiz o Jaén, la cifra se dispara.
Aquí no falta empleo: falta reconocimiento. Falta que la economía feminista entre por fin a los presupuestos. Porque las mujeres sostienen este mundo mientras los hombres todavía lo dirigen, y muchas lo hacen desde la economía sumergida o los cuidados invisibles.
Y, sin embargo, cuando se plantea una renta básica, hay quien frunce el ceño y pregunta: «¿Y quién va a pagar eso?». Como si no supiéramos ya quién lo paga todo.
Del PER a la renta garantizada: una historia mal contada
A veces me da por pensar que el PER fue una proto-renta básica, una forma precaria pero adelantada de reconocer el valor del trabajo rural y estacional. Lo que no se ha contado bien es cómo ha sido ridiculizado durante décadas por quienes jamás se han manchado las manos.
Ahora que la renta básica vuelve al debate europeo —gracias a movimientos como el EEBR (European Basic Income Network) o iniciativas piloto en Países Bajos, Alemania y Cataluña—, sería de justicia que Andalucía alzara la voz. No como un caso perdido, sino como laboratorio social del siglo XXI.
¿Y si descansamos un poco?
La renta básica no es solo una medida económica: es una medida política para disputar el tiempo. Una que permitiría a las mujeres dejar a sus maltratadores sin caer en la indigencia. A los jóvenes decir que no a un curro basura. A los mayores seguir cuidando sin miedo a no llegar a fin de mes.
La economía del futuro no se juega en las bolsas, sino en los barrios, en las cocinas, en los trasteros convertidos en centros logísticos de Amazon. La pregunta no es si podemos permitirnos una renta básica. La pregunta es si podemos permitirnos seguir sin ella.