Lo que debía ser la casa del autogobierno andaluz se está convirtiendo en una extensión del plató político nacional. Esta semana, las sesiones en el Parlamento andaluz han estado marcadas por una dinámica de enfrentamiento calcada de la que se vive en el Congreso de los Diputados: referencias constantes a la amnistía, reproches cruzados por pactos con Vox, acusaciones de «traición a España» o discursos inflamados contra Pedro Sánchez. Andalucía, mientras tanto, queda fuera del foco.
En vez de discutir sobre el sistema sanitario colapsado, el abandono del medio rural o el aumento de la pobreza infantil en la comunidad, los grupos parlamentarios han optado por desempolvar los discursos que se escuchan cada tarde en los canales de tertulias. El resultado: sesiones que no abordan ni una sola propuesta concreta para los problemas que afectan de verdad a la ciudadanía andaluza.
Desde la bancada del Partido Popular, se ha acusado reiteradamente al Gobierno central de «romper España», mientras que Vox ha cargado contra la inmigración y ha exigido la expulsión inmediata de «okupas, menas y delincuentes reincidentes». Por su parte, el PSOE ha denunciado «la teatralización de la política andaluza» y la importación del «guion madrileño» como estrategia de desmovilización ciudadana.
Lo que está en juego no es solo el tono del debate, sino la función del Parlamento. Convertir la Cámara en una caja de resonancia del ruido estatal implica desplazar la mirada de los problemas endémicos de Andalucía: la infrafinanciación estructural, el paro crónico, la emergencia climática o la brecha de género y territorial. Temas que apenas aparecen en las intervenciones parlamentarias.
Varios analistas políticos advierten del peligro de esta dinámica: al convertir la política autonómica en un subproducto de la confrontación estatal, se vacía de contenido la autonomía andaluza. En palabras del profesor José Carlos Ruiz, «si la política regional no ofrece alternativas propias, la gente terminará creyendo que todo se decide en Madrid… y entonces, ¿para qué sirve el Parlamento andaluz?».
La ciudadanía empieza a percibir esa desconexión. Según datos recientes del CIS andaluz, la mayoría de los andaluces no sabe identificar a los portavoces parlamentarios de su comunidad. El desapego crece al mismo ritmo que el Parlamento se transforma en escenario de luchas partidistas ajenas.
Esta contaminación política tiene otra consecuencia peligrosa: la creciente legitimación del lenguaje ultra. La presencia de Vox en el Parlamento ha desplazado el marco de debate, empujando al PP a competir en agresividad y al PSOE a defenderse constantemente de acusaciones hiperbólicas. Mientras tanto, los grupos minoritarios quedan silenciados por el ruido.
Andalucía se queda sin voz propia en su propio Parlamento. Una cámara que nació para dar soluciones desde lo cercano, hoy se limita a replicar una guerra política que ni se libra aquí ni resuelve nada. Es el viejo síndrome de San Telmo: mirar al norte y olvidarse del sur.
Quien convierta la política andaluza en una mala fotocopia de la política nacional, perderá no solo las elecciones… perderá el sentido de por qué existe esta autonomía.