Europa se prepara para la guerra, pero desatiende su alimento. Mientras la Comisión Europea discute presupuestos de Defensa con agilidad sin precedentes, la Política Agraria Común —la PAC, ese pilar que durante décadas sostuvo el campo europeo— se tambalea entre recortes, renacionalización y una arquitectura presupuestaria difusa. Todo esto sucede en medio de una tormenta geopolítica que incluye rearme militar, subida de aranceles, guerra económica con China y un alineamiento estratégico cada vez más subordinado a los intereses de Estados Unidos.
Y mientras tanto, el campo andaluz, como tantos otros en la periferia europea, no aparece en los mapas de urgencia, a pesar de que sigue produciendo los alimentos que mantienen viva a Europa. El mensaje institucional es claro: se puede vivir sin PAC, pero no sin misiles.
El presupuesto que se esfuma (y las excusas que se imponen)
La nueva propuesta de reforma de la PAC para el periodo post-2027 plantea algo que, a primera vista, parece inocuo: fusionar los fondos agrícolas dentro de un gran instrumento presupuestario europeo. En lenguaje de tecnócratas, se llama eficiencia. En la práctica, significa acabar con la estructura común que ha garantizado, con sus luces y sombras, cierta cohesión agraria dentro de la UE.
Lo grave no es solo la medida, sino el contexto en el que se plantea. Bruselas está diseñando sus nuevas prioridades económicas mirando cada vez menos a los pueblos y más a los despachos de Defensa y Comercio Exterior. El impulso para crear un «pilar militar europeo», el aumento del gasto en defensa en casi todos los Estados miembros y la carrera armamentística soterrada con Rusia y China están absorbiendo recursos con una velocidad que la agricultura jamás ha conocido.
Y sí, hay dinero, pero se reparte distinto. Cuando se trata de subvencionar tanques, no hay techo de gasto. Cuando se habla de proteger la producción agroalimentaria, se apela a la austeridad, la racionalización y la renacionalización. ¿El resultado? Las grandes potencias agrarias saldrán ganando. La periferia, como siempre, pagará la factura.
Renacionalizar la PAC: el principio del fin
Una PAC sin estructura común no es una política común. Es un reparto a la carta, una invitación a que cada país proteja lo suyo… o a que se resigne a no proteger nada. Y ese cambio tiene un nombre: renacionalización.
España, Italia, Grecia, Portugal o Rumanía —por citar algunas economías agrarias periféricas— sufrirán las consecuencias de esa lógica fragmentada. Si cada Estado negocia sus ayudas en función de su músculo político y económico, ¿qué margen real tendrá Andalucía para proteger su agricultura familiar frente al monocultivo industrial de Alemania o los fondos de inversión neerlandeses?
Esta transformación no solo afectará a las cifras. Cambiará el modelo de campo: de uno profesional, social y con raíces territoriales, a otro funcional, mercantil y desarraigado. Y detrás de esa pérdida de modelo, hay una pérdida cultural, feminista y ecológica: el desmantelamiento de redes de cuidados rurales, el vaciamiento de los pueblos y la conversión del campesinado en logística.
El campo como problema, no como solución
La PAC se ha convertido, en los despachos europeos, en un «problema presupuestario». Así lo reconocen altos funcionarios de la Comisión, que señalan los fondos agrarios como un obstáculo para financiar las nuevas «prioridades estratégicas»: digitalización, competitividad global, seguridad común.
Pero el campo no es un lastre: es una base productiva, ecológica y humana sin la cual no hay transición posible. No se puede exigir a las y los pequeños productores que digitalicen sus explotaciones, reduzcan emisiones, regeneren ecosistemas y compitan con productos de fuera —sin aranceles—, mientras se les recorta el suelo bajo los pies.
Además, hay un dato que incomoda: el 80 % de las ayudas actuales de la PAC va al 20 % de los beneficiarios. Las grandes explotaciones agroindustriales reciben millones, mientras la agricultura familiar apenas sobrevive. Y lo que se propone no es corregir esa injusticia, sino repartir aún menos, con menos reglas, y más lejos de la gente.
¿Y qué pinta Estados Unidos en todo esto?
Europa sigue acelerando su alineamiento estratégico con Estados Unidos, no solo en términos militares, sino también en el modelo económico y productivo. Washington hace tiempo que abandonó cualquier ilusión de multilateralismo real: impone aranceles, protege su industria, subsidia su agricultura y marca el ritmo de la guerra tecnológica con China.
Bruselas, en lugar de trazar un rumbo propio, responde con una mezcla de servilismo y torpeza. Suben los aranceles a los coches chinos mientras se inunda el mercado de naranjas de Egipto. Se protegen chips y fábricas de baterías, pero no la leche de cabra, el tomate o el cereal andaluz.
Esta lógica de proteccionismo selectivo deja al campo en la intemperie. Se impone un marco de guerra comercial y económica, pero no se protege lo esencial: la capacidad de Europa de alimentarse a sí misma. En ese juego, Andalucía no es jugadora: es tablero.
Una mirada andaluza y feminista ante el desmantelamiento
Desde Andalucía, esta reforma se vive como una amenaza estructural. No solo se trata de dinero: hablamos de tierra, de empleo, de vida. De mujeres que sostienen cooperativas, de jóvenes que intentan volver al campo con proyectos sostenibles, de pueblos que ven cómo se les marchita el futuro porque Europa ha decidido mirar hacia otro lado.
Una PAC fuerte es también una herramienta de redistribución de poder, aunque imperfecta. Su debilitamiento empodera a los grandes y silencia a los pequeños. Y en ese desequilibrio, las mujeres rurales serán, otra vez, las más invisibles.
Necesitamos otra política agraria. Una que no se diseñe desde los intereses de las macroexplotaciones ni desde la lógica del libre comercio salvaje. Una que defienda el derecho a producir alimentos dignos, cerca, sin envenenar el suelo ni precarizar la vida.
Bruselas decide. El campo resiste.
El próximo 16 de julio, miles de agricultores y agricultoras de toda Europa marcharán en Bruselas para decirlo claro: no se puede jugar con la comida. No se puede pedir sostenibilidad sin justicia. No se puede exigir competitividad sin apoyo público. No se puede hablar de defensa, si se deja indefenso al campo.
La reforma de la PAC no es un debate técnico. Es una disputa de poder. De quién decide qué se produce, para quién, y bajo qué condiciones. Si Europa renuncia a proteger su agricultura, no lo hará por error: lo hará por decisión política.
Y desde el sur, desde Andalucía, no vamos a aplaudir esa renuncia. Vamos a señalarla. Y a combatirla.