El engranaje roto del sistema andaluz de dependencia
Cuando Rosa se rompe, nadie se entera. Tiene 54 años, es auxiliar de ayuda a domicilio en un pueblo del interior de Córdoba y se ocupa de tres personas mayores cada día. Les da de comer, les limpia, les cambia los pañales, les prepara las pastillas, les hace compañía. Cobra 6,72 euros la hora. A veces llora al llegar a casa. Siempre se siente culpable por hacerlo.
«Yo no soy solo la que cuida. También soy madre, hija, hermana. Pero cuando trabajo, me tratan como si fuera invisible. Como si no importara que esté cansada. Como si no fuera yo la que sostiene la vida de esas personas.»
Rosa forma parte de un colectivo cada vez más amplio y más precarizado: las trabajadoras del cuidado. Mujeres, en su inmensa mayoría. Muchas mayores de 45 años. A menudo con dolencias físicas derivadas del sobreesfuerzo. En ocasiones, sin contrato. Casi siempre mal pagadas. Sostienen el sistema de dependencia de Andalucía… a costa de sí mismas.
Un sistema que colapsa en silencio
Andalucía cuenta con más de 300 000 personas reconocidas como dependientes, según datos de la Junta. De ellas, más de 65 000 están en lista de espera. El resto recibe algún tipo de prestación o servicio, principalmente atención domiciliaria.
Este modelo, aunque ampliamente extendido, se apoya en tres pilares inseguros:
- Familiares que cuidan sin apoyo
- Mujeres migrantes que trabajan en condiciones informales
- Auxiliares de ayuda a domicilio subcontratadas
«No hay dinero para internalizar los servicios. Se hace negocio con el cuidado de personas vulnerables. Y eso tiene consecuencias», explica Raquel Carrión, trabajadora social y técnica en dependencia en Sevilla.
Las empresas adjudicatarias, encargadas de gestionar la ayuda a domicilio, son en su mayoría grandes grupos empresariales o cooperativas que operan en régimen de subcontrata. La precariedad se filtra por todas las rendijas: salarios bajos, horarios fragmentados, rutas imposibles, falta de formación continua, contratos de menos de 20 horas semanales.
Cuidar duele: cuerpos agotados, mentes al límite
Antonia tiene 58 años. Sufre lumbalgia crónica. Sigue levantando a un hombre de 80 kilos sin ayudas técnicas. No puede permitirse dejar el trabajo. No le quedan días de baja. Nadie la sustituye cuando se ausenta. Y cuando llueve, se le mojan los pies: no le dan calzado impermeable.
«Nos piden que cuidemos como si fuéramos enfermeras, pero nos tratan como si fuéramos sirvientas», resume.
Según un informe de CCOO, el 70% de las auxiliares de ayuda a domicilio en Andalucía presenta signos de sobrecarga física y el 52% síntomas de ansiedad laboral. Muchas padecen trastornos músculo-esqueléticos, pero los partes médicos no siempre reconocen su trabajo como causa directa.
Además, la exposición constante al sufrimiento, la muerte o el abandono también deja huella emocional. Pero no hay protocolos de atención psicológica ni servicios específicos para quienes cuidan profesionalmente.
La paradoja de cuidar sin derechos
En paralelo, miles de mujeres cuidan sin ningún tipo de contrato ni reconocimiento. Son cuidadoras informales, a menudo migrantes, que trabajan en domicilios privados bajo condiciones de economía sumergida.
«Duermo en el sofá. Trabajo todos los días, sin descanso. Me pagan 500 euros al mes. Pero no me quejo: podría estar peor», nos dice Elsy, cuidadora nicaragüense en Granada.
Esta informalidad generalizada encubre abusos, impide cotizar y las excluye de cualquier protección social. Muchas están en situación irregular y no pueden denunciar.
Mientras tanto, las familias que contratan también se ven desbordadas: asumen cuidados para los que no están preparadas y buscan alternativas económicas ante la insuficiencia del sistema público.
El feminismo del cuidado como propuesta política
Frente a este modelo fragmentado y excluyente, surgen iniciativas que plantean otra forma de entender el cuidado: como un derecho colectivo, como un eje de la justicia social.
En Málaga, plataformas y partidos proponen un sistema público integral de cuidados con personal propio, condiciones dignas y formación especializada. En Córdoba, varias asociaciones feministas impulsan la creación de redes vecinales de apoyo mutuo. En Sevilla, el sindicato SAT ha conseguido mejoras salariales en municipios donde ha habido movilización.
«El cuidado no es un gasto, es una inversión. Es lo que permite que todo lo demás funcione», afirma Carmen Martín, antropóloga.
El feminismo del cuidado ya no es solo una consigna: es un horizonte.
El futuro del cuidado en Andalucía
La Junta ha anunciado una revisión del modelo de atención domiciliaria para 2026, pero los sindicatos y plataformas reclaman cambios urgentes ya: mejoras salariales, protocolos de salud laboral, equiparación con el personal sanitario, formación continua y medidas para evitar la sobrecarga emocional.
Rosa, la auxiliar cordobesa, no confía demasiado: «Dicen que están estudiando reformas. Pero mientras tanto, yo sigo sola, de casa en casa, cargando cuerpos, emociones y silencio».
Desde TuPeriódico, creemos que el cuidado debe estar en el centro. Porque sin cuidado no hay comunidad, ni justicia, ni democracia real. Y porque cuidar con derechos es el mínimo que una sociedad digna puede ofrecer.