Entre la desinformación, la resignación y el ruido político, la sanidad pública andaluza se desangra sin grandes titulares. Pero basta con escuchar a quienes la sufren y la sostienen para entender que el colapso no es un anuncio apocalíptico: ya está aquí.
La gente está mayoritariamente a favor, aunque no termine de entender cómo funciona el sistema. Hay quien, inoculado por el virus de la desinformación, piensa que no va consigo eso de defender los servicios públicos: «no firmo porque no estoy de acuerdo; primero que nos paguen lo que nos deben».
Hay mucha propaganda para creerse que el sistema siempre ha estado así y que no va a cambiar, lo que aumenta la resignación.
Resignación entre usuarios, pero también entre sanitarios. María, enfermera sevillana que trabaja en Bilbao, tiene contratos de 13 días: «tengo que estar permanentemente conectada, me penalizan y no vuelven a llamar». Tuvo que irse de Sevilla por la falta de trabajo y las condiciones. «No puedo tener vida, tengo miedo de perder una llamada y le he dicho a mi madre que me escriba, no me llame, para evitar sustos. Y aun así, soy afortunada. En Andalucía no sé ni dónde acabaría».

Ese es el caso de Cruz, celadora onubense que ahora trabaja en Málaga. «De hoy para mañana me pueden destinar a la otra punta [de Andalucía]. Tengo que movilizar toda mi vida en una noche».
La impresión general es que la sanidad pública andaluza lleva muchos años en caída libre. Reyes, en la puerta del consultorio, nos lo cuenta mientras recoge firmas para la ILP de Marea Blanca. Recuerda cómo hace años tuvo que esperar dos días sentada en un butacón, para que un especialista pudiera verla en urgencias. «No gobernaba el PP entonces», señala, «ya la sanidad no era perfecta, tenía muchísimas deficiencias» aunque conviene en que, desde que Moreno Bonilla se sienta en San Telmo, «está imposible».
Todo el mundo coincide en lo mismo: la pandemia fue un antes y un después. «Aprovecharon para recolocar —un eufemismo para despedir— personal que jamás regresó, sobre todo en los centros rurales» se queja Manolo, de Guillena, «y como no estamos en la capital, las quejas son menores, nos invisibilizan».
Este recorte no solo afecta al personal, también al material. El mismo Manolo nos sorprende al contarnos que en su centro de salud incluso han llegado a faltar los equipamientos más básicos, como estetoscopios y tensiómetros, que el personal ha tenido que utilizar los suyos, traídos desde casa. Esto se repite en hospitales, en los que, en algunas unidades, como Alergología del Hospital Macarena de Sevilla, se las han visto y deseado cuando una usuaria sufrió una crisis alérgica y se vieron con todos los broncodilatadores caducados desde hacía 3 años. Urgencia no se salva. En algún consultorio ha llegado a haber cola de espera para poner urbasón —un medicamento indicado para crisis asmáticas—, porque había una sola bombona de oxígeno para todos los pacientes.

«En los hospitales de campaña se trabaja con más medios» afirma Marcos, con experiencia, pues pertenece Médicos sin Fronteras y ha sido voluntario en catástrofes y conflictos. «No es posible que en un país avanzado estemos así», recalca. La ILP de Marea Blanca ataca, en este punto, mejorar la financiación para mejorar las condiciones, tanto laborales como materiales, en la sanidad pública andaluza. No obstante, se está encontrado con obstáculos, sobre todo ideológicos y de desinformación. «Hay quien nos ha dicho que sí, que es usuaria, pero que primero hablen de lo que les ha robado el gobierno». «Esto no lo arregla nadie» es otro pretexto para no firmar. «La gente se ha instalado en la resignación» comenta Paqui, que carpeta en mano recoge firmas allí donde más gente se congregue. Hoy visita el mercadillo, donde es saludada por los agentes de Policía Local. «Me conocen, estoy aquí todos los miércoles, soy de las fijas, como el que vende encurtidos y el de la ONCE».

En algunos pueblos, las fuerzas dependen de las voluntades. En Rinconada la Marea tiene la fuerza que le imprime Sheila, joven concejal en el ayuntamiento rinconero. Su compromiso se expresa en una frase: «esto no es un problema de cada cual, nos afecta a todos por igual». Dos ferias sobrevuelan a esta localidad sevillana de 40 000 habitantes, la de Abril, en la cercana Sevilla, y la propia, que se celebrará justo después y está en montaje: «todo el mundo está pensando en albero y Real, pero no se les puede reprochar, vivimos en una crisis continua y eventos así son de evasión», razona. Una evasión que no borra los problemas, pues las urgencias de uno de sus tres consultorios siguen cerradas por la tarde y en el segundo jamás han existido. Un caso especialmente sangrante, porque el primero se encuentra a más de 4 kilómetros de las urgencias. Este hecho, y la asimetría en sus servicios de salud, cuenta, al menos, con dos víctimas a sus espaldas, la última, una joven a la salida de un instituto. Las ambulancias, el primero de los servicios en ser privatizados, no dependen de los centros, sino de la agencia pública de salud de zona. En verano, como ya han denunciado parlamentarios andaluces, desaparecen de los municipios más rurales y de los medianos.
Los jóvenes no se implican: el mantra de descargo
Algo que se repite entre mucho de los peticionarios es «dónde están los jóvenes», pero tal pregunta obvia dos cuestiones. La primera es biológica: los jóvenes no son usuarios frecuentes del sistema de salud; la segunda, es vital: sus reivindicaciones se fundamentan en la vivienda y la educación.
«Del trabajo ya ni hablamos» nos cuenta Alejandra, que reparte un periódico revolucionario durante la manifestación por la vivienda de Málaga, «porque están sacando todas las semanas noticias sobre lo bien que está el paro. Lo que no cuentan es que el paro juvenil sigue disparado, que seguimos con la misma precariedad». «En bastantes luchas estamos ya» remata Lucas, a su lado. «Sabemos que la sanidad está fatal, como la educación o tantas cosas, pero ésta es la lucha que nos toca ahora».

Por nuestro lado, marchan decenas de jóvenes, portando carteles, llaves en mano y gritando consignas. «¿Dónde están ellos?», pregunta Lucas. «No es un reproche, es que ellos tienen casa y no ven el problema», sentencia.
Esta división por edades se hizo patente en la doble manifestación sanidad-vivienda, que se celebró en Sevilla el pasado 5 de marzo. Al confluir, en Barqueta, los rangos de edad de una y otra estaban claros.
«¿De qué partido es ésto?»
El mecanismo de la iniciativa legislativa popular no sólo resulta desconocido para la gente, también extraño. «¿Cómo que lo presenta la gente; ésto de qué partido es?», pregunta alguno en las recogidas de firmas.
La polarización que vive el país se deja ver aquí: ¿ésto no será de [inserte aquí el nombre el partido que más odie usted]?, porque yo con esos, ni agua».
La lucha soterrada de siglas también está muy presente, sobre todo con el mantra de la unidad. Esta lucha en la que si una organización encabeza, otras se inhiben, lastra la eficacia de cualquier opción. Y de eso, la gente se da cuenta.
Nos lo explica Raúl, sanitario: «al final, lo que yo veo como ciudadano es que esto es otra batalla por la foto, que los problemas reales importan poco y no son más que una excusa».

Los miembros activos de Marea Blanca, que pertenecen a asociaciones, sindicatos y partidos políticos, además de voluntarios sin filiación, lo tienen claro. «Aquí no hay siglas, solo hay una lucha». Seguiremos viendo los petos blancos en las movilizaciones, exigiendo mejoras; en las puertas de los consultorios, pidiendo firmas, porque el problema, a la vista está, no se arreglará pronto.
Porque mientras unos preguntan «de qué partido es esto», otros firman, gritan o resisten. No por ideología, sino porque ya no pueden más.
El colapso no es una amenaza futura. Está aquí. Solo que a fuerza de costumbre, a veces, ya ni duele.