La muerte del Papa Francisco marca el final de una etapa compleja y contradictoria en la historia reciente de la Iglesia católica. Su pontificado, iniciado en 2013, ha sido una rara avis en una institución acostumbrada a moverse con la lentitud de los siglos. Desde el corazón del Vaticano, el argentino Jorge Mario Bergoglio impulsó una serie de transformaciones que abrieron grietas en el sólido muro de dogmas y poderes que rige a la curia romana.
Ahora que su silla queda vacía, se abre una batalla sorda —pero decisiva— por el alma de la Iglesia. En el horizonte, no solo se dirime el futuro del catolicismo mundial, sino su capacidad de adaptarse al siglo XXI… o regresar a sus trincheras más oscuras.
Un Papa que rompió moldes… a medias
Francisco no fue un papa revolucionario, pero sí un reformista astuto. Desde el inicio, marcó un tono distinto: renunció al lujo vaticano, pidió «una Iglesia pobre para los pobres» y puso el foco en temas antes marginales como la ecología, la justicia social y las migraciones. En su encíclica Laudato Si, denunció sin tapujos el capitalismo depredador y la destrucción del planeta. Y en Fratelli Tutti, habló de fraternidad, diálogo y cuidado mutuo en un mundo roto por el odio.
En el plano eclesiástico, intentó frenar la sangría de credibilidad de la institución, enfrentando —no sin resistencias internas— los escándalos de abusos sexuales y la corrupción financiera del IOR, el llamado «Banco del Vaticano».
Pero su agenda también tuvo límites claros. La ordenación de mujeres, el matrimonio de sacerdotes, el reconocimiento pleno de las personas LGTBI o el fin del celibato siguen siendo muros que ni Francisco se atrevió a derribar. Y muchos, dentro y fuera, se lo reprocharon.
El choque entre dos Iglesias
Bergoglio fue amado por amplios sectores progresistas, pero también enfrentó una fuerte oposición interna. La derecha eclesial, especialmente en Estados Unidos, Polonia y parte de la curia romana, lo acusó de «relativista», «populista» y «hereje silencioso». No es casualidad que figuras como el cardenal Raymond Burke o el ex nuncio Carlo María Viganò (este último con vínculos con la extrema derecha global) hayan hecho campaña abierta contra él.
Este enfrentamiento dibuja un panorama claro: existen dos Iglesias enfrentadas. Una, la de Francisco, que busca una apertura moderada hacia los desafíos del presente. Otra, profundamente conservadora, que desea restaurar el orden previo al Concilio Vaticano II.
Y con la muerte del Papa, esa tensión se hace más visible. Ahora, los sectores conservadores ven su oportunidad para retomar el control.
¿Hacia dónde va a virar la Iglesia?
El próximo cónclave será una batalla de fondo. Aunque Francisco nombró a la mayoría de los cardenales con derecho a voto, no hay garantía de continuidad. Los equilibrios de poder en la Santa Sede se rigen más por pactos que por ideas. Y tras la muerte de un papa reformista, suele venir la tentación del péndulo: un giro hacia la contención, el control, la ortodoxia.
La elección del nuevo pontífice será crucial. ¿Tendremos un papa del sur global, quizás africano o asiático, con sensibilidad social pero sin la impronta reformista de Francisco? ¿O un papa europeo que simbolice el retorno al dogma? En cualquier caso, el pulso está servido.
Andalucía, entre el ritual y la crítica
Desde Andalucía, esta encrucijada no es una cuestión lejana. Aquí, el peso simbólico y cultural de la Iglesia es innegable. El catolicismo sigue marcando el calendario, las tradiciones, incluso los silencios. Pero también hay una realidad que a menudo se esconde bajo el incienso: el desgaste de las parroquias, la desconexión con la juventud, el feminismo que interpela al clero, los colectivos LGTBI que resisten en los márgenes.
Andalucía está llena de mujeres creyentes que no aceptan ser ciudadanas de segunda dentro de su fe. De curas obreros y comunidades de base que reivindican una Iglesia liberadora, no sumisa al poder. De exmonjas, teólogas, colectivos queer y jóvenes anticapitalistas que, desde la contradicción, buscan otras formas de espiritualidad, desde abajo.
Desde aquí, lo que está en juego con la muerte del Papa no es solo quién lleva la mitra, sino qué Iglesia tendremos: ¿una aliada de los poderosos o una aliada de los pueblos?
TuPeriódico y la fe que se construye desde abajo
En TuPeriódico lo tenemos claro: no somos anticlericales por deporte ni creyentes acríticos. Miramos a la Iglesia como se mira a cualquier estructura de poder: con lupa y con memoria. Sabemos que la religión puede ser opio, pero también semilla de esperanza. Que puede legitimar la miseria o acompañar la lucha. Todo depende de dónde se sitúe.
Y ahora, tras la muerte de Francisco, es más importante que nunca preguntarse:
¿Quién heredará su timón?
¿Y qué harán las comunidades con esa herencia?
La historia está en marcha. Y nosotras, como siempre, estaremos contando lo que otros callan.