El pasado domingo 17 de agosto de 2025 se celebraron elecciones para el poder ejecutivo —presidencia y vicepresidencia— y legislativo —Senado y la mitad de la cámara de diputados/as— con un resultado, no por previsible, significativo, al que podemos llamar, cuanto menos, cambio de ciclo. Por si alguien tuviera dudas, el sistema electoral boliviano es muy similar al de cualquier democracia occidental, a pesar de los bulos que hayan podido expandirse en otros comicios de los últimos veinte años o de la idea, que en muchos medios conservadores ha querido imponerse, que Bolivia es una dictadura o poco menos que un régimen de «Revolución indígena» como, por ejemplo ha titulado «El Mundo» el pasado lunes.
El proceso electoral se ha visto mediatizado por varios factores a tener en cuenta, además de la ya estereotipada e inflada ola conservadora que nos inunda a casi todo el mundo occidental, y que, probablemente explica los resultados. De menor a mayor importancia, podríamos mencionar en primer lugar el agotamiento del partido de gobierno. Después de casi 20 años en el poder con mayorías absolutas y arrasando en cada contienda electoral en la mayor parte del país, el movimiento popular que dio lugar al MAS-IPSP —Movimiento Al Socialismo – Instrumento Por la Soberanía de los Pueblos— ha sufrido el desgaste habitual de cualquier partido en la función ejecutiva. Se partidizó, alejándose de algunas bases campesinas e indígenas, con sus estructuras internas verticales. Se instrumentalizó generando un clientelismo pesado e insoportable después de años. Se degradó con algunos casos de corrupción, voceados hasta la extenuación por los partidos de oposición y, sobre todo, por la mayor parte de los medios de comunicación controlados por estos y las oligarquías nacionales y transnacionales. Tuvo que tomar decisiones no siempre populares ante los avatares internacionales y las dificultades internas que frenaron o ralentizaron los avances. Cometió errores enormes en su manejo de la economía, sobre todo en los últimos años, y en iniciativas de dudosa legalidad con respecto a la reelección. Todo ello, como la de la inmensa mayoría de los partidos occidentales, incluidos los que «sufrimos» en Andalucía. ¿Les suena de algo todo esto?
En segundo lugar, la división de las opciones electorales de izquierda ha fragmentado el voto que, de cualquier forma, ni sumando, hubiera sido suficiente. Durante los últimos años, el expresidente Evo Morales, dotado de una enorme popularidad y un fuerte apoyo campesino e indígena ha entrado en conflicto con el Presidente Lucho Arce, por el liderazgo y la aspiración a un nuevo mandato, así como por las políticas que se han aplicado. Como dos caras que simbolizan el Proceso de Cambio y su degradación, respectivamente, han llegado a un enfrentamiento tal que, si el primero ha movilizado a sus bases y pedido el voto nulo, alcanzando casi el 20%, el otro ha utilizado todos los medios judiciales, administrativos y policiales del Estado para impedir que se presente ni él ni sus siglas, perseguirlo por un presunto caso de pedofilia que no llega a demostrarse y hasta acabar con su vida en un tiroteo irregular por saltarse un control de carretera. En última instancia, Lucho Arce, tratando de asumir el fracaso económico, se retiró de la carrera presidencial a unos meses, dejando a la cabeza al ministro Del Castillo, impopular y sin liderazgo, que ha llevado al partido a su mínimo de apoyo electoral, en un 4%. Poco antes de las elecciones, Andrónico Rodríguez, joven líder sindical, pero ya universitario y de trayectoria política junto a Evo, lanzó una candidatura para recoger los votos de la izquierda, con un discurso suave casi centrista, que ha convencido a pocos, por más que muchos pensaban —entre los que me incluyo—, que podría dar la sorpresa. En resumen, una izquierda dividida, ¿les suena de algo?
Aclaración: Evo Morales no es un ególatra narcisista megalómano ni un obseso por el poder, como quieren presentarlo. Ha cometido grandes errores, pero tiene el apoyo de cientos de miles de personas, ha sido un líder histórico que, con su gobierno, ha dado la vuelta a la situación paupérrima de su país y que ha tenido logros inconcebibles inicialmente, pero siempre como símbolo de los mayoritarios movimientos sociales, que no le han dado un cheque en blanco incondicional, sino que lo han orientado, presionado y guiado a los objetivos sociales que se planteaban, como en esta ocasión. Es una persona-símbolo por más que hayan forjado el término de «evismo» o señalado injustificadamente como dictador o autoritario. Este es un sistema electoral como el de otros muchos Estados, donde el rostro de una persona es la imagen de un partido que, a su vez, representa una opción política, con sus hiperliderazgos y resistencias a dejar paso a una sucesión natural o a otras generaciones. ¿Les suena de algo?
Pero las derechas también han concursado muy divididas, en seis candidaturas, cuatro de las cuales de viejos conocidos de la política boliviana desde los años noventa, pasando por la oposición al Proceso de Cambio y por el impulso al golpe de Estado —sucesión presidencial, decían ellos, mientras trataban de asesinar a su odiado presidente constitucional, encarcelaban dirigentes y asesinaban en dos masacres a quien protestaba—. No pudieron ponerse de acuerdo para garantizar la victoria electoral —¿egos?—, invirtieron grandes cantidades en medios de comunicación —especialmente los que quedaron segundo y tercero—, tuvieron el apoyo casi total de estos y recabaron la complacencia de organismos internacionales y líderes de la derecha y ultraderecha. Siempre hablamos de la división de las izquierdas, como pecado original de progresistas, pero los conservadores está en las mismas, por motivos similares. ¿Les suena de algo?
Y último factor, aunque pudieran enumerarse muchísimos más, y el que ha condicionado más el voto, según indican no solo analistas y estudiosos del tema, sino la gente de la calle, las personas sencillas que luchan por el día a día, por sobrevivir y hacer agradable la existencia de sí mismas, sus familias y comunidad, como cualquiera de nosotros y nosotras, el 90% de la población que constituimos allá o acá: las limitaciones y dificultades en la cotidianeidad. Concretamente, las subidas de precios, más allá de los índices de inflación altísimos que el mismo Gobierno ha publicado, reconociéndose incapaz de controlar. «Vas al mercado por la tarde y ya es distinto el precio del de la mañana», «no puedo hacer un presupuesto porque lo que hoy cuesta una cantidad, en unas semanas se duplica», «los salarios han subido un poco, pero no compensa, ni de lejos, el aumento de los costos de la vida». A lo que hay que añadir el desabastecimiento de combustible, por depender de empresas externas, a pesar de ser productor de gas y crudo no industrializado. «Llevo diez horas en una fila para cargar el tanque de mi camión», «no llega la mercancía porque no está funcionando normalmente el transporte», «me dijeron que en aquel surtidor había combustible, pero cuando llegué ya se había agotado». Y así no puede funcionar la vida diaria. Es lo que ha afectado a la gente directamente, lo que le ha hecho perder la confianza en el partido de gobierno, el MAS-IPSP y en el presidente Arce. Probar otra opción, aunque por los discursos no parezca tan buena, buscando el mal menor, ha sido la decisión de una buena bolsa del electorado, igual que nos pasa en Andalucía, ¿no les suena?
El resultado es de todo el mundo sabido: Ningún candidato —todos hombres— ha sido elegido en primera vuelta, como lo fueron los candidatos del MAS desde 2006. La segunda vuelta la protagonizarán un candidato de derecha, que quiere mostrarse menos radical, más centrista, inclusivo y moderado, aunque habla del capitalismo como la solución, de la venta de empresas estatales y de disminución del Estado sin tapujos; y un candidato de la extrema derecha, claramente ortodoxo en las recetas neoliberales, pro empresas y transnacionales, racista, oligárquico y que dice que hay que pasar una motosierra al Estado más dura que la de Milei. Si gana uno, malo, y si gana el otro, peor, para las clases populares, las mayorías indígenas y el pueblo llano. Para los medios de comunicación dominantes, la UE, la OEA, la embajada de EUA, las clases altas, las transnacionales y los medios de comunicación oligárquicos ha sido un ejemplo de democracia, un atino perfecto del electorado y un resultado, esta vez sí, maravilloso. Si hubiera tenido votos suficientes en una primera vuelta un candidato de izquierdas o hubieran quedado los dos progresistas que se presentaban para la segunda, ya estarían los centros de las capitales bloqueados, los organismos internacionales pidiendo las actas, algún influencer presentando un simple Excel como prueba de fraude, casi todos los medios de comunicación poniendo en duda los resultados y algún político, cargo policial o militar llamando a defender la democracia en contra del elegido. Pero no ha sido así, ha ganado la derecha, dividida, con porcentajes nada arrasadores, ni un apoyo popular aplastante, a no ser que queramos sumar todos los porcentajes no progresistas y nos olvidemos de esa casi quinta parte del electorado que ha votado nulo a pesar de la demonización y marginación de esa opción por ser —evista— que, sumado a las otras papeletas del MAS y de la Alianza Popular de Andrónico, serían la segunda más votada. Si vence la izquierda se genera polarización, confusión, desacuerdo, caos e inseguridad jurídica. Si la derecha toma el poder llega el orden, la paz, la tranquilidad, el desarrollo económico y la unidad. ¿Les suena de algo?
Probablemente, en estas próximas semanas surgirán algunos escándalos, paranoias de acuerdos secretos entre la izquierda y la derecha, declaraciones antiguas a favor del demonizado Evo o hijos y amantes de este y de aquel, privilegios para la esposa de uno de los candidatos, pero las propuestas políticas son muy similares, con sus leves matices, pero con el mismo trasfondo: dar por finalizado el Proceso de Cambio y abrazar, como si fuera una novedad, la senda del neoliberalismo y el capitalismo depredador, lo que llaman «la libertad». Vendrán recortes con las consiguientes subidas de precios, reverencias a Trump y sus secuaces, más ajustes, venta de empresas públicas, más cesiones a multinacionales y aminoramiento del ya pequeño paraguas estatal en educación, sanidad, universidades, carreteras y puentes, después habrá movilizaciones y represión. Será culpa de la izquierda, del MAS y de Evo, claro. ¿Les suena de algo?