El 1 de mayo no es solo una fecha en el calendario; es un símbolo que atraviesa siglos de luchas. En un mundo donde el capitalismo depredador avanza, la derecha recorta derechos y las élites diluyen la democracia, las clases populares y trabajadoras deben reclamar este día como una insignia de firmeza interconectada: la de quienes sostienen la vida con su trabajo, cuidan, siembran, construyen y exigen dignidad. Y en esta lucha, Andalucía, con su historia de rebeldía y su potencia popular (rebeliones federalistas del siglo XIX, el Pacto Federal de Córdoba de 1869, el Manifiesto andalucista de Córdoba de 1019, el 4 de diciembre de 1970 reclamando autonomía y nacionalidad histórica, el referéndum de 28 de febrero de 1980) tiene un papel clave: ser la argamasa que una a los pueblos que sustituye el pacto entre élites que generó el régimen del 78.
Trabajo digno: la base de todo
En Andalucía, donde el fantasma del paro juvenil ronda el 30% y un gran número de trabajadores y trabajadoras sobreviven con salarios y condiciones de trabajo precarios, el 1 de mayo debe ser el recordatorio de que sin derechos laborales no hay justicia social. Los empleos deben ser estables, los salarios deben mantener el poder adquisitivo, subir por encima de la inflación y la reducción de la jornada debe ser material y no formal. Hoy, el trabajo no puede desligarse del feminismo: son las mujeres quienes soportan la doble carga laboral y de cuidados, quienes llenan los sectores más precarizados y quienes lideran reivindicaciones y movilizaciones, como las de las Kellys. La lucha de clases es feminista o no es.
Un modelo productivo andaluz: diversidad y soberanía
Andalucía requiere de un modelo productivo propio que combine tecnología avanzada con raíces comunitarias, priorizando sectores que generen empleo estable (aeronáutica, renovables, agroindustria sostenible, de precisión, economía local, circular) y revitalicen el tejido rural, evitando la concentración industrial. Es relevante superar la histórica dependencia de las elites foráneas extractivistas de nuestros recursos y construir una industria que responda a las necesidades sociales y ambientales, no solo al beneficio privado. Andalucía debe dejar de ser un mero exportador de materias primas para convertirse en un nodo de producción inteligente y democrática.
Ecologismo y tierra: no hay futuro sin raíces
Andalucía es una tierra de latifundios y agronegocios, los cuales, están generando graves problemas de contaminación hídrica debido al uso masivo e ilegal de pesticidas. Debemos defender la tierra como fuente de salud. El ecologismo es una cuestión de clase. No habrá transición justa si no se dan nacionalizaciones y/o creación de empresas públicas en los sectores estratégicos, al tiempo que se deben frenar los macroproyectos hoteleros, el turismo masivo y descontrolado que expulsan a residentes y a jóvenes de sus pueblos. Los colectivos que rescatan bancos de semillas son ejemplos de que otra relación con el territorio es posible: una que priorice la vida sobre el beneficio.
Vivienda: un derecho, no un negocio
Mientras los fondos buitre especulan con pisos vacíos en Málaga, Granada o Sevilla, miles de familias son expulsadas de sus barrios y los jóvenes no tienen manera de acceder a una vivienda adecuada. La vivienda es hoy un campo de batalla entre la codicia especulativa privada que practica el neoliberalismo. Colectivos como Sindicato de Inquilinas, Stop Desahucios 15M o la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) encarnan esta lucha, recordándonos que sin techo no hay libertad ni proyecto de vida.
Democracia real: República, federalismo y soberanía popular
El régimen del 78, diseñado para proteger privilegios, ha convertido Andalucía en un territorio saqueado por corporaciones venidas de la mano de los gobiernos habidos en nuestra nacionalidad histórica, por ejemplo, el 40% de su agua se destina a regadíos intensivos, mientras sus pueblos sufren restricciones. Servicios públicos como la Sanidad y la Educación están siendo colapsados por el gobierno de Moreno Bonilla, a conciencia, para así traspasar estos recursos públicos al sector privado extractivista, que saca las plusvalías fuera de Andalucía. Frente a esto, el andalucismo progresista debe reivindicar una República Federal que redistribuya el poder y la riqueza. Blas Infante, ya hablaba de una Andalucía «puente entre pueblos», no sometida a Madrid. Hoy, eso significa construir alianzas con los pueblos del Estado español, incluidos los de Galicia, Euskadi, Catalunya, para romper el centralismo que ahoga a las llamadas periferias.
Juventud: sin miedo a cambiar el mundo
Los jóvenes andaluces no son el futuro: son el presente. Son quienes desde las universidades se sitúan contra las tasas abusivas, quienes se oponen a la guerra y al genocidio y quienes se oponen a la especulación inmobiliaria. Su lucha es la de una generación a la que le robaron la estabilidad, pero no el coraje ni la creatividad.
Andalucía como argamasa: un nuevo pacto entre pueblos
El régimen del 78 se sustenta en un pacto entre élites: la monarquía, los partidos políticos PP y PSOE, los bancos, las grandes corporaciones y el poder mediático. Frente a esto, Andalucía, con su historia de luchas antifranquistas, su diversidad cultural y su posición geográfica, puede ser el puente, la argamasa que una a los pueblos del Estado en un nuevo contrato social. Imaginen esa alianza entre pueblos puestos de acuerdo para un proceso constituyente republicano federal. Este 1 de mayo, ondeemos la Arbonaida y levantemos puentes. Porque solo uniendo las luchas —obreras, feministas, ecologistas, antirracistas— lograremos que Andalucía, lejos de ser el estereotipo folclórico que vende la derecha, se convierta en el corazón de una España federal, justa y libre