Allá por la década de los años treinta del pasado siglo, con el sonido de una sirena, a la que todos los habitantes del entonces barrio de la Estación de la Rinconada más tarde conoceríamos como «el pito», comenzaba su actividad nuestra Azucarera. Nadie podía esperar lo que años más tarde supondría escuchar a diario el «pito», señalando el inicio y el final de la jornada laboral para los azucareros.
Tal vez para muchos pueblos, la implantación de una planta productora de azúcar en su término, haya supuesto molestias, perjuicios para los vecinos, enfrentamientos incluso; para La Rinconada, siendo medianamente objetivos, han sido muchas más las cosas positivas que las negativas, que también haberlas háylas, para qué vamos a negarlo.
Una de las cosas positivas ha sido el enorme crecimiento, tanto poblacional como urbanístico, que trajo consigo que se instalara la Azucarera del Guadalquivir en nuestro municipio. Gracias a esta planta industrial, una de las azucareras más importantes de Andalucía, se produjo el nacimiento del núcleo de San José, como se denomina en nuestros días a la antigua Estación de la Rinconada. Tal fue el desarrollo de este hijo mayor de nuestro municipio, que supuso incrementar por tres la población, llegando a figurar en esos momentos nuestro pueblo, entre los diez primeros de la provincia de Sevilla.
Y no sólo se limita al incremento poblacional, también creció la riqueza, el empleo, mejoró la calidad de vida… surgió una nueva mentalidad gracias a la aparición, con todas sus consecuencias, de una clase trabajadora industrial hasta entonces desconocida no sólo en nuestros alrededores, sino incluso en nuestra comarca… se mejoraron las comunicaciones, se introdujo el riego en las tierras de labor, fueron naciendo nuevos centros de enseñanza, surgió esa clase media representada por los comerciantes, pequeños propietarios, pequeños ganaderos… Para los que pasamos de los sesenta años, está muy presente en nuestra memoria la apertura del primer instituto de enseñanza media, el Miguel de Mañara, en la década de los sesenta del pasado siglo, y lo que supuso en las posibilidades académicas para los hijos de muchos trabajadores de nuestro pueblo. Hasta la apertura del primer instituto, los estudios universitarios eran un privilegio de las clases acomodadas, una minoría por cierto en La Rinconada (incluyendo también el núcleo de San José).
La Azucarera y los azucareros, en gran parte, fueron los «culpables» de que comenzara a construirse lo que, más tarde, se conociera como «El Barrio»: el conjunto de casas que formaron las calles paralelas y perpendiculares a la primitiva calle San José. Y que, ya en los años cincuenta se fueron extendiendo hacia la explanada en torno a la actual Iglesia de San José. Luego vendrían las viviendas cercanas a la fábrica del Cáñamo, donde curiosamente existió la primera azucarera, anterior incluso a la del Guadalquivir, que desapareció para convertirse en una fábrica de fibra de cáñamo, y que constituyó el segundo «milagro» económico de nuestro pueblo.
Tú, amigo o amiga que lees estas líneas, pensarás que no todo fueron beneficios lo que trajo la Azucarera y, mira por dónde, llevas mucha razón. Los malos olores, el ruido de la campaña de la molienda, los peligros de camiones y tractores cargados de remolacha y otros de menor importancia, fueron problemas a los que tuvimos que enfrentarnos los rinconeros, sobre todo los habitantes del núcleo de San José. No obstante, si sopesamos un poco los pros los contras, casi con toda seguridad llegaremos a la conclusión de que gracias a estos «problemas» que nos acarreó la Azucarera, hoy tenemos un pueblo del que nos podemos sentir plenamente orgullosos.
Si se permite el atrevimiento al que suscribe estas líneas, parafraseando al gran Miguel Hernández, podríamos concluir con
Rinconero que trabajas,
azucareros altivos,
decidme del alma cómo,
cómo se hicieron los silos.