Recientemente, repusieron en la televisión pública una de las películas que marcó toda una época: El Crimen de Cuenca, obra maestra de nuestra filmoteca dirigida por Pilar Miró. Como es conocido, dicho crimen no existió, pero penaron por él dos personas inocentes.
Y a raíz de ver dicho film se podrían plantear algunas preguntas que nos llevarían a situaciones muy actuales en relación con la justicia en nuestra sociedad, española, europea y, tal vez, allende los mares.
Porque visualizar El Crimen de Cuenca, nos enfrenta a la duda de si fue o no, un error interesado de la justicia de aquellos años, sobre los años veinte en que se inserta dicha narración visual.
Hay varios factores que componen la trama: la presencia del cacique, forzando a encontrar un culpable del supuesto crimen para satisfacer la sed de venganza de la madre del «asesinado», los prejuicios sobre dos hombres no completamente adaptados a la localidad y a la vez un tanto rebeldes, el consentimiento de una de las personas influyentes que, tal vez por cobardía, prefiere no enfrentarse y se pliega a los deseos del cacique, y la fácil elección de culpables por parte de los que debieron ser imparciales y buscar la verdad.
Todos esos elementos dan como resultado una justicia viciada, torcida desde sus raíces y en su proceso, a la que tan solo preocupa evitar la confrontación con los poderes fácticos de esa sociedad, circunscrita, en este caso, a un pueblo y su zona de influencia. El resultado, como es fácil de deducir, es una justicia partidista, sectaria y plegada a las circunstancias, que no busca la verdad para aplicar la justicia. En el film de Pilar Miró, se refleja la injusticia más palmaria que se pudiera dar, sobre todo viendo el desenlace de la película.
Se podría plantear si, en la actualidad, no se siguen cometiendo «errores» por parte de los responsables de impartir justicia, y no solo en nuestro país, sino en nuestra sociedad occidental que tantas ínfulas tiene de democrática. Tal vez la justicia no sea, en muchas ocasiones, tan equidistante como se le presume ni tan ciega como debiera. De otra manera, no se entiende los resultados, en algunas ocasiones, ni las noticias que airean los medios de comunicación. Es incomprensible que un presidente de un país, sea condenado por los tribunales y no solo no pague su delito, sino que siga ostentando el alto honor de representar a los ciudadanos de ese país.
Tampoco se entiende que se cometan delitos de lesa humanidad, en estos momentos se siguen cometiendo auténticos genocidios en Gaza y Ucrania, y los culpables ni siquiera comparecen ante los tribunales. Se han dado casos, y se siguen dando, en los que se imputan a personas y organizaciones inocentes, al amparo de acusaciones a todas luces, sin fundamento, y se mantiene la imputación durante años, con el consiguiente perjuicio para la honra y la honorabilidad de esas personas y organizaciones. Y lo peor es que los responsables del daño que se ocasiona, ni siquiera son amonestados por nadie en la mayoría de las ocasiones.
En nuestro país, son muchos los ciudadanos que se preguntan si algunos jueces han olvidado que son funcionarios públicos, cobrando su sueldo con dinero público, o sea de nuestros impuestos, y que deben servir a TODOS los ciudadanos guardándose sus opiniones para el ámbito privado y nunca exponiéndolas ni usándolas en el desempeño de su profesión.