Anoche, como las noches anteriores, en Torre Pacheco, no hubo disturbios: hubo pogromo.
No fue vandalismo: fue terrorismo callejero de ultraderecha. Y no fue una reacción ciudadana: fue una cacería organizada con machetes, encapuchados y mensajes racistas alentados desde las cloacas del odio.
Lo que sucedió en este municipio murciano no es anecdótico ni local. Es la materialización de una estrategia política milimétrica: deshumanizar, señalar, estigmatizar… y después mandar a los suyos. La turba, los cascos blancos de la xenofobia, la violencia como arma de propaganda. Lo llevan ensayando años en redes, en parlamentos y en medios. Estas noches lo están llevando a la calle.
Pero esta vez no era Twitter: era un barrio entero convertido en zona de guerra. Con menores españoles agredidos por tener el color «equivocado». Con cuchillos, palos y fuego. Con terror.
Y frente a eso, ¿qué hizo el Estado? ¿Qué hizo la derecha? Lo de siempre: hacerse la sueca o mirar hacia otra parte.
La doble vara
En este país, manifestarse por un convenio laboral puede llevarte a juicio con penas de cárcel de hasta 5 años. Lo saben bien los 23 de Cádiz. Lo saben los trabajadores de la bahía, criminalizados como si fueran enemigos internos. Pero si formas parte de una turba neonazi con machetes, te llaman «vecino preocupado».
Si cortas una calle para pedir justicia social, eres un antisistema y mereces una fianza de 40 000 euros. Pero si incendias un coche para «limpiar el barrio de inmigrantes», te cubre la ultraderecha institucional y el sistema judicial mira confundido sin llegar a ver los delitos.
Esto no va de orden público. Esto va de ideología, de quién manda. Porque cuando Vox jalea el odio y el PP lo blanquea, el mensaje es claro: hay violencia que conviene.
Violencia que vale. Violencia útil para sus fines.
El monstruo que están criando
La ultraderecha no aparece: se construye. Y en España, se la está alimentando a cuerpo de rey.
Vox es ya el tercer partido del país, empatado en intención de voto con el PP.
Gobierna regiones enteras, controla parlamentos y maneja presupuestos, muchas veces con el chantaje como fundamento político.
Marca agenda sin necesidad de mayoría: basta con que el PP mire a otro lado.
Pero la clave no está solo en los votos. Está en el caldo de cultivo: La inseguridad. El miedo. La desafección. Y la canalización de ese malestar hacia los de siempre: pobres, migrantes, mujeres, sindicalistas, disidentes.
Y para ello necesitan dos ingredientes: odio y altavoz.
El odio lo fabrican ellos.
El altavoz se lo dan otros: Ndongo, Vito Quiles, Libertad Digital, Desokupa, Alvise Pérez, canales de Telegram que hacen listas negras, pseudoperiodismo militante financiado con dinero y desinformación.
Se hace con estética juvenil, con banderas pixeladas, con vídeos cortos y eslóganes simples. Pero el proyecto es muy viejo y muy claro: asustar para imponer, matar si hace falta. Literalmente. Y que parezca «espontáneo». El manual se ha depurado, pero «las cacerías» tienen los mismos fundamentos: deshumanización, bulos y violencia, mucha violencia.
La máquina funciona como un reloj:
- Vox agita,
- los medios afines excitan,
- la derecha blanquea,
- y los de abajo se matan entre ellos mientras los de arriba se reparten el botín.
Y el Estado, si no actúa, forma parte del engranaje.
El silencio como cómplice
La respuesta del Partido Popular ha sido tibia, cuando no cómplice. Ni una sola condena rotunda. Ni una palabra sobre los menores agredidos. Ni una alusión al racismo que lo ha alimentado. Y mientras tanto, sus socios de gobierno —Vox— dan lecciones de “limpieza”, llaman “invasión” a los migrantes y legitiman la acción directa.
Que nadie se equivoque: esto es fascismo.
Y está en las instituciones.
Con traje, con cargo, con presupuesto público.
Y con micrófono en prime time.
La ultraderecha no es un fenómeno aislado ni un exabrupto puntual. Es una estrategia de poder.
Y Torre Pacheco es su laboratorio: un lugar donde se prueba hasta dónde pueden tensar la cuerda sin romperla. Hasta dónde puede llegar la barbarie sin que el sistema reaccione.
Una advertencia necesaria
Hoy es Torre Pacheco, mañana puede ser tu barrio.
Y si no se corta de raíz, lo será.
Quien sigue creyendo que esto se arregla con discursos institucionales está a por uvas. No hay neutralidad posible ante el fascismo. No se le gana con tibieza, ni con paños calientes. Se le gana desenmascarándolo, confrontándolo y derrotándolo políticamente.
No basta con decir «esto no nos representa». Hay que decirlo claro: esto es terrorismo. Esto es fascismo.
Y si el Estado no actúa con contundencia, el Estado será responsable.
Porque cuando un país permite pogromos y encarcela huelguistas, no es un país democrático: es un régimen con fachada.
Y la fachada ya se está resquebrajando.