La Conferencia de presidentes celebrada en Barcelona ha dejado una imagen esperpéntica de la política española. Juanma Moreno Bonilla, presidente de la Junta de Andalucía, lanzó una frase que resonará como una baraúnda en los cimientos de nuestra convivencia democrática: «Pedro Sánchez acabará convocando elecciones a palos». Y remachó: «Y, si lo quiere hacer junto a las andaluzas, adelante». Estas palabras no son un desliz, sino la expresión de una cultura política que confunde la fuerza con la legitimidad y la amenaza con la disidencia democrática.
Moreno Bonilla intentó suavizar el golpe: en Andalucía, dijo, «a palos», solo significa «a la fuerza». Pero el daño ya estaba hecho. Su expresión evoca imágenes de imposición violenta, de sometimiento mediante la coacción. Es el mismo léxico que usaron contra los sindicalistas amenazados en los años del pistolerismo, o con los disidentes antifascistas acallados por la policía política. ¿Qué mensaje reciben los jóvenes cuando un líder institucional vincula el ejercicio democrático a la violencia?
La respuesta del Gobierno fue aún más reveladora. María Jesús Montero, ministra de Hacienda, calificó la expresión como «muy desafortunada» por vincular elecciones y violencia. Una condena tibia, casi burocrática, ante un ataque frontal al espíritu de la democracia. Mientras el PSOE se limita a la corrección política, el PP normaliza un relato que equipara la política al pugilato.
No es casualidad que se tilde a Moreno Bonilla como «falangista por dentro». La frase «a palos» pertenece al ADN pasado autoritario y violento de España: Los «palos» eran el método represor del estado franquista contra los trabajadores y trabajadoras. Los «palos» eran la respuesta a las huelgas universitarias y a las del movimiento obrero bajo el franquismo. Los «palos» son hoy el recurso retórico de quien no entiende la política, sino como sumisión o dominación.
Cuando un presidente autonómico blande este lenguaje, está revelando una herencia ideológica que nunca desterró. Es el mismo sustrato que permite a figuras como Esperanza Aguirre elogiar el franquismo como un mal menor, o que alimenta pintadas de odio en sedes de partidos políticos de izquierda.
A los jóvenes, esta batalla les concierne directamente. Sois la generación que nació en democracia, pero también la que puede verla degradarse. Por eso debéis recordar que la democracia no se defiende con palos, sino con razones. Las palabras de Moreno Bonilla no son «estilo directo», sino la normalización de la amenaza como herramienta política. La persona que piensa en democracia distinto no es una enemiga a la que hay que arrinconar, sino una persona ciudadana a la que hay persuadir con ideas y propuestas democráticas. El PP, al pedir elecciones sin argumentar programas, trata a la gente como masa de maniobra. El respeto al adversario democrático no es obstáculo, sino una conquista. Cuando un líder los desprecia, está atacando vuestro futuro.
Frente a esta deriva, no basta con declaraciones «tímidas» como la de Montero. Exigir elecciones es legítimo; hacerlo con lenguaje de violencia es una apostasía a la democracia. El PP, que gobierna 13 comunidades autónomas, debería reflexionar si es que en verdad es un partido democrático que respeta el resultado de las urnas y no un grupo de intereses desestabilizadores cuando no gobierna, como hace Trump (“me van a besar el culo”). Es una opción, pero no una opción democrática
A los jóvenes os toca defender lo que otros os dieron: un sistema donde las ideas se miden en votos, no en golpes. Donde la persona disidente democrática no es una «enemiga a palos», sino una interlocutora. No permitáis que os roben este legado. La democracia no se rinde: se defiende con la voz alta, las urnas limpias y la convicción de que nunca, jamás, un palo es mejor que un argumento.
Andalucía merece líderes que beban de su pozo de dignidad, de su compromiso histórico con la democracia, la no violencia y la libertad, no mercaderes del vocabulario violento. Cuando Moreno Bonilla dice «a palos» nos está enseñando que arrastra el ADN de la dictadura. Frente a esta degradación, necesitamos un pacto intergeneracional democrático. Los jóvenes que marcharon por el clima, las abuelas que protegieron la memoria histórica, los padres que exigen escuelas laicas deben caminar juntos para deslegitimar el lenguaje de odio de Moreno Bonilla, poniendo en valor el Estatuto de Andalucía cuyos valores democráticos desconoce o ignora Moreno Bonilla que, utiliza la política como profesión absentista y no como servicio público.
Andalucía debe ser el revulsivo. Esta tierra, que sufre el colonialismo interno y la extracción de sus recursos y plusvalías para beneficio de corporaciones, multinacionales y fondos buitre con sede social en Madrid, sabe que la democracia no se implanta «a palos», sino con argumentos, ideas y respeto democrático, o lo que es lo mismo: El olivo simboliza la identidad democrática andaluza, no los palos.