Desde que tengo uso de razón, me han dicho una y mil veces: «¡Ay, tú no tienes acento! Casi soy más andaluz que tú», como si por no arrastrar las vocales o hablar con un compás flamenco dejara de serlo. No, cariño, no. El acento no te hace andaluz, la tierra sí. La tierra y todo lo que arrastra: la historia, las heridas, las renuncias y la forma en que te miran cuando dices de dónde eres.
Y es que parece que ahora, en pleno siglo XXI, todo el mundo se cuelga la etiqueta de «andaluz» solo porque tiene algún antepasado que nació en el sur, y ya está. Tienes familia en Sevilla, en Córdoba, en Cádiz, y te crees con derecho a ser «más andaluz» que los de aquí, los que nacemos, vivimos y sufrimos cada día en esta tierra. Pero, ¿acaso sabes lo que realmente significa ser andaluz? Porque si lo supieras, estarías callado, reflexionando sobre todo lo que arrastramos desde hace décadas.
Lo que me indigna es que, en un abrir y cerrar de ojos, la «Andalucía» de los influencers —la de la Feria como escaparate, la de las fotos en la portada— se haya convertido en lo que está de moda. Mientras tanto, nosotros, los que vivimos aquí, somos ridiculizados, ignorados y, a veces, hasta olvidados en la gran maquinaria turística y de postureo. Y no, no me hables de «folklore», porque eso ya es solo un decorado más.
Porque, seamos sinceros: ahora ser andaluz está de moda, pero solo para hacer vídeos ridículos en la calle del Infierno o para subir una foto con un clavel en el pelo a Instagram. Lo tuyo no es vivir aquí, sino disfrazarte de lo que crees que somos para tus stories. Y en este circo, hay quien aprovecha la Feria para hacer chistes de mal gusto, como ese video corto que circuló en el que un influencer, vestido con bata de cola, hace un chiste sobre el colectivo trans. Este tipo de humor no solo es vacuo, sino que perpetúa estereotipos que hacen daño a quienes realmente luchan por ser respetados.
Es fácil decir que eres andaluz cuando puedes pasearte por la Feria con tu flamencura prestada. La genealogía inventada es la nueva tendencia: «Tengo familia en Málaga», «Mis abuelos son de Jaén»… Y de repente, eres el más profundo. Pero no conoces nuestras luchas. No sabes lo que es sobrevivir en un barrio pobre. No te has enfrentado nunca a las miserias laborales que viven muchos andaluces, sobre todo aquellos que trabajan en las propias ferias: los que montan y desmontan las casetas, los que sirven las copas, los que trabajan durante días sin descanso, sin derechos, con contratos que no les protegen. Esos trabajadores, invisibles para la mayoría, que a duras penas consiguen llegar a fin de mes.
Y mientras todo esto pasa, mientras el sur es explotado como un destino de postal, hay algo que muchos han olvidado: el 4 de diciembre. Ese día, hace más de 40 años, miles de andaluces salieron a las calles a reclamar su dignidad, su identidad, su autonomía. Sabían que el sur no merecía ser solo sol y fiesta. Y esa lucha no fue solo política: fue profundamente cultural. Nos reivindicábamos como pueblo, más allá de los clichés que nos han impuesto durante siglos.
Cuando veo esas imágenes del 4D, pienso en mis abuelas. En las manos agrietadas de una, que trabajó desde niña sin descanso. En la otra, que pasó toda su vida sin que nadie le reconociera la inteligencia brillante que tenía, porque fue mujer, y porque fue andaluza. Pienso en cuántas veces se nos ha dicho que no valemos, que no sabemos hablar, que somos graciosos pero no serios, alegres pero no profundos. ¿De verdad vamos a dejar que eso se perpetúe ahora con filtros y vídeos virales?
Porque claro, ahora todo eso se ha disuelto entre hashtags, reels y fotos bonitas. La verdadera lucha, la de los que han sido silenciados y excluidos, se pierde entre risas, tapeo y un sinfín de influencers que ni siquiera entienden de qué va todo esto. Que se ponen un mantoncillo por postureo y luego llaman «vestido de flamenca» a lo que es, históricamente, un vestido de gitana, sin saber ni querer saber de dónde viene, qué representa, qué historia tiene detrás.
¿De verdad está de moda ser andaluz? Pues si la moda es esta caricatura de lo que somos, yo paso.
Ser andaluz es más que un «olé» o un «viva la feria».
Ser andaluz es enfrentarse a la historia, a la pobreza, a la exclusión, y seguir adelante con una dignidad que no se puede plastificar.
Es levantar la cabeza y mirar a los ojos a quienes nos desprecian, sabiendo que, a pesar de todo, seguimos siendo más auténticos que la versión de cartón piedra que ahora se lleva.
Porque sí, Andalucía es arte. Pero también es lucha. Y eso no se vende con una sonrisa frente a la cámara.
Eso se lleva en el alma. Aunque no lo digas con acento.