Hay viajes que no tienen destino, sino sentido. Que no se explican con estadísticas, sino con silencios. Con miradas entre jugadores que ya no se preguntan quién tira, porque todos saben quién debe hacerlo. Con una ciudad que no asiste al baloncesto: lo comparte. Lo celebra. Lo vive como se vive lo que es raro y hermoso a la vez. Como se vive lo que podría no volver.
Unicaja está en uno de esos viajes. Uno de esos momentos en los que todo encaja, pero nada es fácil. Donde parece que se gana por inercia, que se defiende por costumbre, que se ataca por inspiración. Y, sin embargo, detrás de cada pase hay un invierno. Detrás de cada jugada, horas de repetición. Detrás de cada rotación, un Plan. Con mayúscula. Porque no es un sistema. Es una forma de estar en el mundo.
Y ese mundo tiene nombre: Ibon.
No grita. No posa. No vende humo. Ibon Navarro construye sin hacer ruido. Como los buenos carpinteros, mide dos veces antes de cortar. Tiene el alma de un cartógrafo: dibuja caminos donde otros sólo ven líneas. Y a su alrededor, un equipo que ya no juega, sino que se reconoce. Como quienes han cruzado tormentas juntos. Como quienes ya no necesitan hablar para entenderse.
Pero cuidado. Que nadie se confunda. Esto que parece fácil —y por eso corre el riesgo de no ser valorado— es todo menos sencillo. La belleza de este equipo no está en que todo salga bien, sino en cómo reacciona cuando algo se tuerce. En cómo no hay reproche, sino mirada. En cómo cada uno acepta su sitio, no como resignación, sino como confianza. Como pacto íntimo con algo mayor.
Porque aquí nadie gana solo.
Este Unicaja ha hecho del Carpena un santuario. No porque esté lleno —que lo está—, sino porque está vivo. Porque el público no observa: acompaña. Porque el aliento no es ruido: es empuje. Es música de fondo para una obra coral que cada día afina un poco más. El Carpena no exige: agradece. Y eso, en tiempos de impaciencia, es revolucionario.
Hay que disfrutarlo. No como quien exprime lo efímero, sino como quien cuida una flor que ha tardado mucho en brotar. Este equipo es presente, sí. Pero también es lección. Es memoria futura. Será aquello que contaremos dentro de años, con una mezcla de nostalgia y orgullo. «Yo estuve ahí». «Yo vi jugar a este Unicaja». «Yo seguí el Ibon Plan».
Así que no corran. No exijan más. No esperen títulos como quien espera facturas. Disfruten la travesía. Porque hay temporadas que no se repiten. Equipos que no se copian. Magias que no se embotellan.
Y esta… esta es una de esas veces.
Ibon Voyage. Que el viaje siga. Que siga el plan.