Hay libros que se leen con los ojos. Y hay otros que se cuelan por los poros. Que te dejan el cuerpo extraño, como si hubieras metido los pies en el río equivocado. Blackwater es uno de esos. Una saga que huele a humedad, a secretos, a cosas no dichas. Pero también a fuerza, a mujeres que se abren paso entre el barro, entre las miradas que quieren encajarlas donde ya no caben. Mujeres que lo ocupan todo aunque se les quiera pequeñas.
Mientras lo leía, pensaba en todas las veces que nosotras también somos criaturas que se arrastran por lo invisible. En casa, en el trabajo, en las reuniones familiares. En todas esas veces en que se nos exige paciencia, entrega, presencia. En que somos las que sostienen pero sin hacer ruido. Las que lo dan todo, hasta el cuerpo. Porque de eso también va esta historia: de cuerpos. De cuerpos que transforman, que se desbordan, que se vengan. Y tú ahí, leyendo con el ventilador al mínimo y el alma al máximo, pensando que quizás no es tan ficción.
Hay un calor pegajoso en Blackwater que no se quita con duchas frías. Como el que nos queda cuando lidiamos con ciertas conversaciones. Las de las que no te libras ni en vacaciones. La vecina que pregunta por qué no tienes hijos, el jefe que te escribe aunque estés fuera, el familiar que suelta una barbaridad y espera tu silencio. Y tú, como Elinor, como tantas, conteniéndote. Porque sabes que si sueltas el cauce, arrasas.
Este verano suena Labour de Paris Paloma mientras escribo esto. Y pienso que esa canción podría ser la banda sonora de tantas páginas y de tantas vidas. De las que curran sin reconocimiento, de las que aman sin retorno, de las que cuidan sin red. “You make me do too much labour”, canta. Y una se ríe un poco por no llorar. Terapeuta, enfermera, secretaria, madre, máquina de hacer bebés 24 horas. La canción no es solo un desahogo: es un grito colectivo. Una denuncia de todo lo que se da por hecho que haremos, que sentiremos, que cargaremos sin rechistar.
Y es que Blackwater también va de eso. De mujeres que se sacrifican para conseguir lo que quieren, como Elinor, que lo entrega todo para sostener un legado que parece escaparse entre los dedos. De hijas como Frances, que renuncian a su vida por cuidar de su criatura. Porque eso se espera de nosotras: que renunciemos. Que demos. Que estemos. Siempre.
Y también, de mujeres como Sister. Que cuando ya no pueden más, cuando el control sobre sus cuerpos y decisiones se vuelve asfixiante, hacen lo que pueden para recuperar el aire. No con grandes discursos ni gestos épicos, sino con pequeños actos de dignidad, de resistencia cotidiana. Sister, como tantas, planta cara a lo que duele y construye desde los escombros. Porque a veces, la revolución empieza en saber decir basta.
Mientras tanto, los hombres callan. No porque no tengan nada que decir, sino porque no tienen necesidad de pensar. Óscar vive toda su vida sin hacerse preguntas. Se apoya primero en Mary-Love, luego en Elinor, después en Miriam. Billy se casa con Frances porque es lo más cómodo. No hay sacrificio, no hay conflicto, solo aceptación de que alguien decidirá por ellos. Incluso cuando creemos tener la sartén por el mango, el poder no es real: es carga mental disfrazada. Es la mochila invisible que nunca se bajan, pero que nosotras no dejamos de cargar.
Porque al final, en Blackwater, los hombres no las entienden. No comprenden sus motivaciones, sus decisiones, sus silencios ni sus desbordes. Las miran con una mezcla de admiración, temor e incomodidad, como si fueran criaturas que no obedecen a las leyes conocidas. Y es que cuando el poder no se somete ni se explica, parece monstruoso. Pero lo monstruoso no está en ellas, sino en una sociedad que nunca se paró a escuchar.
Leer en verano debería ser un acto de frescura, de placer. Pero también puede ser una forma de reconocerse. De encontrarse en los márgenes, en lo oscuro, en lo húmedo. De pensar que quizás las sagas familiares, los silencios heredados y las heridas que no se ven también nos pertenecen. Y que podemos romper el ciclo. O al menos contarlo con voz propia.
Así que si estás buscando algo para leer entre ola y ola de calor, Blackwater puede ser una buena opción. Pero no digas que no te avise: no solo es una saga sobre ríos y fantasmas. Es también un espejo raro. Uno de esos que te devuelve la cara con la que no sueles mirarte. Y a veces, justo eso es lo que más falta nos hace.