Hay libros que te explican cosas. La Guía del Autoestopista Galáctico no. O, mejor dicho, te las explica de tal forma que acabas dudando de si entiendes algo o si el universo entero es una broma interna en la que nadie nos avisó de las reglas. Douglas Adams convierte lo absurdo en brújula: una sátira intergaláctica que, si te descuidas, te enseña más sobre el mundo real que cualquier manual de autoayuda.
Porque, seamos sinceras, la vida muchas veces parece escrita por el mismo comité que decidió que la información sobre la demolición de tu planeta debía colgarse en un tablón de anuncios escondido en el sótano del Ayuntamiento, detrás de una puerta sin cartel, junto a un letrero que dice «Cuidado con el leopardo». Si alguna vez has intentado pedir una cita en la Seguridad Social, renovar el DNI en agosto o entender tu última factura de la luz, sabes perfectamente de qué hablo. Adams no se inventó nada: solo describió la administración pública antes de que se hiciera digital.
Y entre planetas que explotan, guías galácticas y peces traductores, se cuela la gran pregunta: ¿cuál es el sentido de la vida, el universo y todo lo demás? La respuesta, como bien sabemos, es 42. Y aunque eso pueda parecer absurdo, ¿acaso no lo es más todo lo demás? Queremos encontrar respuestas claras en un sistema que se esfuerza por ponernos trabas hasta para conseguir cita con el pediatra. Vivimos rodeadas de formularios que no sabemos rellenar, leyes que cambian sin previo aviso y ventanillas que solo abren los martes de 9:12 a 9:13. Y claro, la única respuesta que tiene sentido es la que no significa nada.
El libro, con su humor británico, te va llevando de lo ridículo a lo trascendental con la misma facilidad con la que un funcionario te dice «eso no es aquí, es en la otra ventanilla» mientras señala otra que lleva cerrada desde 1998. Arthur Dent no quería aventuras, solo salvar su casa. Y acaba descubriendo que la casa es lo de menos cuando lo que está en juego es el planeta entero. Algo parecido a cuando crees que vas a solucionar un trámite simple y terminas atrapada en el multiverso del BOE.
Y aquí es donde Adams te da una lección camuflada entre risas: no hay mapa fiable, no hay instrucciones, ni siquiera hay un manual de usuario para estar viva. Así que lo único sensato es mantener la calma, mirar el caos con un poco de ironía y, sobre todo, llevar siempre una toalla. Porque la toalla no es solo un objeto: es un recordatorio de que, por mucho que el universo intente descolocarte, al menos puedes secarte el sudor, improvisar un picnic o agitarla para pedir auxilio cuando todo se vaya al garete.
Quizás por eso La Guía del Autoestopista Galáctico funciona tan bien en verano. Porque entre olas de calor, colas en la piscina municipal y plataformas digitales colapsadas, hay algo liberador en aceptar que nada tiene demasiado sentido. Que está bien reírse de ello. Y que, al final, sobrevivir es cuestión de ingenio, resistencia y cierta capacidad para disfrutar del absurdo… aunque te quieran convencer de que el sentido de la vida cabe en un número. Y sí, mete los pies en remojo y ten la toalla a mano, pero no solo por si te toca salvar el planeta: también porque agosto se nos escurre entre los dedos. Se acaba el verano y llega septiembre con sus promesas de orden, agendas nuevas y rutinas que juramos que esta vez sí vamos a cumplir… hasta que la primera factura, el primer atasco o la primera ventanilla cerrada nos recuerdan que el caos nunca se va del todo. Y ahí, entre trámites absurdos y cafés que se enfrían antes de empezarlos, seguimos buscando sentido, aunque sepamos que la respuesta sigue siendo 42. Quizás septiembre sea eso: aprender a convivir con lo incontrolable. A veces con resignación, a veces con humor, siempre con la toalla lista.