El impacto que supuso la noticia del asesinato de Javier Verdejo, debido a su juventud y a la forma como ocurrió, fue muy grande y supuso un acicate para que algunos jóvenes almerienses decidiéramos dar el paso a la militancia política. Ese fue mi caso. Yo acababa de cumplir 17 años días antes de ese fatídico 13 de agosto de 1976, y la indignación por lo ocurrido me empujó a organizarme políticamente. Muchos jóvenes comenzábamos, en las universidades y centros de trabajo a interesarnos y a implicarnos en la lucha antifranquista. Se hablaba de marxismo y se revisaba críticamente la Historia franquista. Había también cierta efervescencia de lucha obrera, incluso en una provincia como Almería que sin apenas industria y con un débil movimiento obrero, también se llegaron a dar importantes movilizaciones en sectores como la pesca o la construcción. Había ilusión por dejar atrás el franquismo y llegar a una sociedad realmente democrática e igualitaria.
Un mes después de su asesinato, comencé a militar en la misma organización de Javier, en la Joven Guardia Roja y en el Partido del Trabajo. Javier, como otros muchos jóvenes que entramos en partidos marxistas practicábamos una militancia comunista activa, combativa e ilusionante y creíamos en la inminencia de una sociedad socialista.
Lo que para algunos, como en mi caso, supuso un revulsivo para unirme a la lucha, para otros jóvenes, fue todo lo contrario. La represión y los asesinatos hacía la juventud luchadora que se estaban dando en todo el estado, como el de Verdejo, tenían como uno de los objetivos meter miedo e incitar a que la juventud no se moviera y dejar manos libres para el acuerdo que ya se estaba fraguando entre los sectores franquistas más avanzados y los dirigentes del PSOE y del PCE y de la burguesía vasca y catalana, con el padrinazgo de la socialdemocracia alemana y los EEUU, para que nada cambiara de fondo y estas fuerzas políticas se aseguraran un buen lugar en el nuevo régimen “democrático”.
Y un ejemplo claro de este proceso, conocido como transición, lo tenemos en Roberto García Calvo. Fiscal franquista de oficio y gobernador civil en ese momento. Ordenó detener a quienes cogieron el féretro en el entierro y amenazó a varios dirigentes políticos para que no se movilizaran y se negó a abrir ninguna investigación sobre el asesinato. No hubo detenidos, nadie fue llevado ante un juez. Finalmente, ante la presión, a García Calvo, no le quedó más remedio que abrir una investigación que recayó en un juzgado militar. Nunca más se supo del proceso. En el 2001 fue nombrado magistrado del Tribunal Constitucional, bajo el gobierno de Aznar y nadie le preguntó en ese momento por el caso Javier Verdejo. Claro, ya era oficialmente un “demócrata” de toda la vida. Recordar que el ministro del interior en ese momento era otro “demócrata” de toda la vida: Martin Villa. Con eso está todo dicho.
Ninguna autoridad movió ni un dedo para aclarar los hechos y una vez aprobada la Constitución del 78, institución alguna hizo nada, por esclarecer los hechos y castigar a los culpables.
A partir de la desaparición del PTE en 1980, un manto de silencio cayó sobre Javier Verdejo. Ningún partido de los autollamados de izquierda hizo absolutamente nada por seguir denunciando lo ocurrido. El único gesto simbólico en todos estos años fue el del alcalde Martínez Cabrejas y la concejala Martirio Tesoro que en 1985 le pusieron el nombre de Javier a una calle de Almería.
Tuvo que ser la izquierda soberanista andaluza, en concreto Nación Andaluza, quien, a partir del 2009 tuvo la iniciativa de realizar un homenaje anual el día 13 de agosto, en el mismo sitio donde lo mataron, Después se le fueron sumando otras organizaciones como el PCPA o el Centro Andaluz del Pueblo Javier Verdejo. El Homenaje lleva haciéndose desde entonces ininterrumpidamente. Este 2025 se realizará el número diecisiete. El acto de Homenaje es bastante variado, con intervenciones políticas de recuerdo y de denuncia, actuaciones musicales, teatro, poesía, vídeos etc. y con mucha participación popular.
Todos los años se conforma una comisión organizativa que de manera asamblearia se reúne meses antes de agosto y decide que se va a hacer cada año. Se ha conseguido en estos 16 años, que en Almería se vuelva a hablar de Javier Verdejo. Homenajeamos al joven militante, denunciamos lo ocurrido y reclamamos esclarecimiento y justicia. Y sobre todo se trata de dar a conocerlo a las jóvenes generaciones. Y de paso aprovechamos para recordar a otras víctimas almerienses y otros hechos que han sucedido aquí, como el asesinato de María Asensio o el Caso Almería.
Y sobre todo, el acto tiene un contenido político bastante rotundo a la hora de mostrar la podredumbre del Régimen del 78 y de desenmascarar toda la farsa que supuso la mal llamada transición. Lo cierto es que no hubo ninguna ruptura con el franquismo. “Sólo echaron pintura al coche, pero el motor y quienes lo conducían, seguían siendo los mismos”. Aparato judicial, aparato policial, ejército, empresariado, todo siguió intacto.
Y como joven, que me tocó vivir y participar en la política en esos años, lo que si afirmo con rotundidad es que la sociedad por la que luchábamos y por la que dio su vida Javier, no tiene nada que ver con este sistema capitalista que padecemos, que sigue practicando la explotación y la opresión de las clases trabajadoras y que mantiene a Andalucía en una dependencia cuasi colonial. Esto no tiene nada que ver con lo que soñábamos y por lo que muchos de esos jóvenes dieron la vida. Durante esa llamada Transición fueron muchos los jóvenes asesinados por las fuerzas de seguridad del Estado español y por las bandas parapoliciales. El rechazo al nuevo modelo neofranquista pactado provocó la represión policial, política y judicial a la izquierda revolucionaria.
Nada fue casual, todos los asesinatos acaecidos durante la “ejemplar transición española” estuvieron motivados por un plan de “limpieza” cuyo objetivo era evitar el “peligro” de las organizaciones revolucionarias antes de que se instituyera la “democracia neofranquista”, asegurándose el control político de las instituciones surgidas, así como el control social de los espacios públicos y la “paz social” que necesita el capital para la obtención de beneficios.
Se salieron con la suya y a base de represión, mentiras, manipulación y la traición de las dirigencias políticas y sindicales mayoritarias consiguieron asentar esta dictadura de la burguesía a la que llaman democracia.
Pero no han conseguido acallar todas las voces. Y mientras hay resistencia hay esperanza. De la clase trabajadora, del pueblo trabajador andaluz depende que el asesinato de Javier, como el de muchos otros jóvenes luchadores, quede en el olvido o por el contrario sea, como soñamos, semilla de libertad.