«Tenemos la peor derecha de Europa». El autor de esa frase lapidaria no es otro que Ian Gibson, un español nacido en Irlanda, nacionalizado sobre 1984, y que, como español que es, tiene los mismos derechos que los demás españoles a opinar libremente, «que para eso estamos en una democracia, ¡coño!», que diría Heráclito, (imitando a Fernán Gómez), nacido hace casi 2600 años en Éfeso (Grecia), y al que con toda seguridad también le hubiera gustado ser español. Si ustedes me lo permiten, yo a la frase del ilustre hispanista, el español que se menciona nacido en Irlanda, le añadiría «y parte del extranjero», con lo que quedaría de aquesta manera: «Tenemos la peor derecha de Europa, y parte del extranjero». De esa forma salvamos cualquier duda que pudiera surgir sobre la cuestión.
Nuestra derecha, bueno lo de nuestra es porque comparten tan solo el territorio patrio, que en absoluto coincidimos con sus ideas, objetivos, motivaciones, ética, sentido de la moral, dignidad, honradez, defensa de la democracia, honor de sentirnos ciudadanos españoles, respeto a las ideas, sentido de la tolerancia… (añadan ustedes lo que se les pase en estos momentos por su mente), nuestra derecha, retomamos el discurso, tan solo tiene un interés: conseguir el poder. Muchos pensarán que ese es precisamente el objetivo principal de todos los partidos políticos, y están en lo cierto, lo que ocurre es que mientras unos tratan de llegar al poder para cambiar las cosas y lograr una sociedad algo más justa (el grado depende del espectro político más o menos rojillo en el que se desenvuelven), en otros, caso de nuestra derecha, sus posiciones no son inmovilistas, sino que se manifiestan como descarnadamente retrógradas e involucionistas.
Vemos como, una y otra vez, la derecha descalifica todo lo que no le da beneficio, material y presente o fáctico y futuro. Así, el actual Tribunal Constitucional no es reconocido como máximo y único intérprete de nuestra Carta Magna, de hecho han anunciado que no presentarán ningún recurso porque no confían en él. También descalifican al Fiscal General del Estado porque no lo han nombrado ellos (esa es la razón aunque no se atrevan a decirlo públicamente), ni en el Congreso de los Diputados, representante de la voluntad popular, porque ellos no tienen la mayoría, incluso se han atrevido a criticar la figura del Rey porque propuso un candidato para Presidente del Gobierno que no era de derechas.
Pero las críticas también han llovido a los sindicatos cuando han convocado acciones que conlleven críticas a los movimientos y manipulaciones de la derecha. Por supuesto que los comités éticos de las diferentes televisiones, en cuyo territorio la derecha tiene el gobierno autonómico, son tratados como proscritos cuando denuncian las manipulaciones de la derecha en los contenidos informativos. Bajan a nivel individual en sus descalificaciones hacia profesionales de la información cuando ese profesional mantiene, con datos contratados, que algún líder de la derecha miente. En este último apartado tenemos varios casos, a alguno de ellos les ha costado el puesto de trabajo y han sido despedidos por los «jefes» orgánicos.
Eso sí, los órganos y estamentos que son controlados por la derecha de este país, son los únicos democráticos y legales, según la opinión de esa misma derecha.
No vamos a entrar en el campo de batalla, convertido en un auténtico lodazal que ha abierto la derecha, tal vez zahurda sería el término más apropiado, incluidas denuncias falsas a sabiendas, porque el hedor es tan fuerte que levanta el estómago de cualquier persona medianamente honrada e inteligente.
Y es que a la derecha, lo repetimos de nuevo, le importa un pimiento España, únicamente le valen sus propios intereses.