Hoy no es un día cualquiera. Hoy no se celebra solo el empleo, ni las estadísticas, ni las cifras macroeconómicas. Hoy se reconoce —al menos en el calendario— la dignidad del trabajo. Pero hay una parte que siempre parece quedar en los márgenes del homenaje, como si no fuera también columna vertebral de la historia: el trabajo de las mujeres.
Desde que el mundo es mundo, hemos estado ahí. En la fábrica, en la trastienda, en los campos, en los hospitales, en las aulas, en los sindicatos, en las huelgas, en la cocina y al pie de la cama de quien enferma. Hemos trabajado desde siempre, aunque muchas veces sin salario, sin contrato, sin reconocimiento. Y aun así, hemos levantado casas, barrios, comunidades y hasta revoluciones «por amor», «por costumbre» o por necesidad vital, se borra. Se invisibiliza. ¿Quién sostiene la vida de las personas dependientes? ¿Quién permite que funcione la conciliación imposible? ¿Quién friega, cuida, organiza, alimenta, recoge, consuela, y vuelve a empezar cada día? No hace falta que te lo diga.
Hablar del 1 de mayo desde donde yo estoy no es un gesto simbólico. Es hablar desde la vivencia. Desde la cocina donde compagino teletrabajo y la olla de lentejas. Desde la empresa que saco adelante con esfuerzo. Desde las noches sin dormir cuando hay que cuidar. Desde ese cansancio que muchas entendemos sin tener que explicarlo, ese que no se arregla con un «descansa un rato», porque hay una lista mental enorme de cosas —la comida, los cuidados, la vida misma— que no pueden esperar.
No todas las mujeres trabajamos en lo mismo, ni lo hacemos de la misma forma. Pero todas —de una manera u otra— estamos sosteniendo algo. En mi caso, sostengo un medio de comunicación que lucha por contar las cosas desde el sur y desde abajo. Sostengo un proyecto político que pelea por los derechos de todas, también de las que no tienen voz. Y sostengo, sobre todo, una casa, con lo que eso implica. No solo fregar o poner lavadoras, que también, sino ser la que organiza, la que prevé, la que gestiona los turnos médicos, los imprevistos, los silencios. Ser la que cuida cuando otros no pueden.
Hoy quiero hablar de todas nosotras. De las que madrugan para llegar a un curro precario y vuelven a casa a seguir trabajando sin descanso. De las que estudian más, se forman más y aun así cobran menos. De las que se topan con muros invisibles cada vez que aspiran a liderar, mientras ven cómo otros ascienden con menos mérito pero más confianza. De las que se agotan sosteniendo el mundo y encima piden perdón por no llegar a todo.
Porque no es que no estemos preparadas. Es que nos están entreteniendo mientras tanto. Nos dicen que esperemos nuestro turno, que nos esforcemos más, que seamos políticamente correctas, que no nos enfademos, que cuidemos el tono. Y mientras tanto, seguimos haciendo el trabajo visible e invisible, sin que el sistema se tambalee. Porque sin nosotras, sí que se tambalearía.
Y aquí viene lo importante: todo eso también es trabajo. Lo ha sido siempre, aunque lo disfracen de amor o de deber natural. No lo es. Es trabajo. Sin horario, sin salario y con una carga emocional altísima. Como tantas, yo también he sentido esa trampa: tener que rendir fuera de casa y que todo funcione dentro. Y encima, hacerlo con una sonrisa.
El 1 de mayo también es por las que ya no están. Por las que lo dieron todo sin que nadie se lo agradeciera. Por las obreras que salieron a la calle aunque les costara la vida. Por las sindicalistas silenciadas. Por nuestras madres, nuestras abuelas. Por las vecinas que hacen favores que en realidad son servicios. Por las que se encargaron de todo sin que nadie se lo pidiera. Por las que, como yo, viven con la presión constante de tener que demostrar el triple para que te tomen la mitad en serio.
Pero contarlo no basta. No sirve un 1 de mayo más con discursos vacíos y aplausos que se disuelven al día siguiente. No queremos flores ni agradecimientos simbólicos. Queremos cambios estructurales. Queremos políticas públicas que reconozcan y redistribuyan los cuidados. Queremos poder elegir sin miedo si trabajamos dentro, fuera o en ambos sitios. Queremos que nuestra autonomía no choque con nuestras familias. Queremos igualdad real, no eslóganes
Este grito lo lanzo desde La Rinconada, pero podría salir de cualquier lugar donde una mujer esté ahora mismo amamantando, planificando, fregando, conciliando, organizando, sosteniendo. Porque el mundo se mueve gracias a ellas. A nosotras. Aunque no salga en los telediarios.
Este día también es nuestro. Porque si no nos nombramos, nos borran. Y sin nosotras, no hay futuro que aguante.