El rio Betis alumbró a Sevilla. Nació en el golfo más tarde convertido en lago Ligustinus y la navegación fue su única forma de comunicación con su entorno. Con el tiempo el lago se fue desecando, pero la ciudad mantuvo su mirada a la mar y su maridaje con el agua que le había dado la vida. El río y el puerto han moldeado a la ciudad. En este momento, según el estudio de Rafael Esteve Secall el puerto de Sevilla es uno de los primeros de Andalucía, el segundo en la dotación de depósitos, en reparación y construcción de barcos, en instalaciones pesqueras, el tercero en tráfico de contenedores y el primero en capacidad de frigoríficos. El puerto de Sevilla, ocupa más de 130 Km de longitud (ambas orillas, desde Sevilla hasta Bonanza) al formar parte Sanlúcar de Barrameda del mismo puerto, aunque lo dedicado a actividad portuaria se reduce a la zona ocupada por los muelles en Sevilla y a las instalaciones de Bonanza.
Un puerto 68 km tierra adentro tiene limitaciones. Y ventajas, precisamente por estar tierra adentro, pero desaparecen en la medida en que no se actualiza. Como todos los puertos. En su estudio, Esteve asegura que en el Puerto de Sevilla, a consecuencia de su limitación se detecta un estancamiento con tendencia al decrecimiento. La asfixia del puerto sevillano no va a beneficiar a los restantes puertos andaluces, ni tendría sentido, ni sería justo asfixiar a ningún puerto para beneficiar a los demás. Ni siquiera en el hipotético caso de que les beneficiara. Pero los barcos crecen sin cesar y necesitan más espacio y mayor profundidad para navegar y para moverse dentro del puerto. El río Guadalquivir no siempre ha tenido el calado actual (entre seis y doce metros, según lugares y cuatro en algunas zonas en las orillas), porque el agua ha seguido depositando sedimentos en el fondo, lo que ha disminuido su caudal.
Pues, de buenas a primeras, devolver al río su profundidad histórica es un peligro, según las autoridades españolas y europeas y el mismo grupo pseudo ecologista citado antes. El argumento más aireado es que, si se permite el dragado, la marisma se podría salinizar, argumento tan ridículo como inconsistente. En la actualidad el río mantiene reflujo hasta al menos 50 km de la desembocadura. Y no se ha dado salinización alguna. El dragado se hace para profundizar, para que haya más agua del río de la que cabe en la lámina actual. Baja el nivel mínimo, pero el máximo no puede bajar, por lo tanto, el reflujo no va a cambiar. Y la filtración limpia el agua, la desaliniza.
Lo peor, lo realmente grave y sospechoso, es que la oposición al dragado viene de las autoridades que le robaron a la marisma toda el agua superficial y de las que no se han preocupado de obligarlas a devolver las aguas a sus cauces; de quienes no les preocupó prohibir la pesca del cangrejo rojo, pese al gravísimo riesgo que ello supone y de quienes no han denunciado los dos hechos anteriores.
La federación de arroceros, Adena y Ecologistas en Acción, han recogido en sus webs la fuerte oposición mantenida por ellos mismos al dragado. Sin embargo, expertos del CSIC y otras entidades de prestigio, aseguran que el dragado no perjudica al arrozal ni a Doñana. ¿A quién, a qué intereses obedecen los grupos llamados ecologistas capaces de maquinar perjuicios semejantes? La Autoridad portuaria se ha visto forzada a abandonar la idea del dragado ante la negativa a la financiación, con lo cual el río se continuará aterrando, hasta que la lámina de agua sea tan mínima que sólo puedan entrar barquitos de recreo, pero al soportar menos agua en su cauce es más fácil que esta se desborde ante cualquier crecida. Y que el desbordamiento sea altamente dañino para la flora y fauna, si la crecida es fuerte. Acaso ¿ni se les había ocurrido pensar en esa posibilidad? Pues si no son capaces de pensar algo tan básico, no les debería estar permitido ocupar los puestos que ocupan ni dirigir las asociaciones que dirigen. Ni deberían tener capacidad para acusar a nada ni a nadie en los tribunales. Pero, si es eso lo que buscan —y no creemos en su incapacidad mental— harían bien en ser honrados y confesarlo.
Si el problema, según afirman otros en su tenaz oposición, fuera la erosión de las márgenes del río, lo que provocaría un nuevo aterramiento, hay que tener en cuenta que esa erosión ya se produce, por lo que a medio o largo plazo si no hay dragado, el río quedará totalmente cubierto, sin lámina de agua, con lo que el agua se desparramará por la marisma. Se sigue y se seguirá produciendo, pero no se produce en meses y puede ser prevenido mediante el tratamiento adecuado de las márgenes. Cuando, contra esta solución contraponen el coste del tratamiento, sólo están reafirmando su obcecación contra el mantenimiento de la actividad portuaria, y contra el propio río pues otras obras de ampliación en otros puertos, están costando mucho más de lo que podrían suponer el dragado y el tratamiento de las márgenes, conjuntamente. Y, en algún caso, con mayor índice real de peligro. Porque, por citar algún ejemplo, a ver cuánto cuestan los espigones algunos de varios kilómetros colocados en todos los puertos para ampliarlos. Y cuánto remover el agua en su interior.