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301 603 euros, aporta el Ayuntamiento de Sevilla a la reparación del coro de la Iglesia de San Nicolás (espera: Eso, ¿cuánto es en pesetas? Porque los euros, a pesar del tiempo forzados en su inmersión, aparentan rebajar las cantidades). De esa cifra, 221 229 euros son para el órgano. Pobre órgano, debía estar abandonaíto. El caso es que la ciudad de Sevilla, sus ciudadanos y ciudadanas, aportan al coro de San Nicolás cincuenta millones, ciento ochenta y dos mil pesetas. Bien, es dinero para el Patrimonio, mejor invertido estaría si fuera para nuestro Patrimonio. Por cierto, ¿cuánto aporta el «cepillo» y otros ingresos, por explotar un bien cedido en usufructo, o sea: prestado?
La Iglesia cuando era el arma del Estado para mantener sumiso al pueblo, y después y antes de eso en el tiempo, cuando gozaba de su propia jurisdicción, concedida por los reyes, reclamada y bendecida por el papado, para entendernos: cuando mandaba la jurisdicción jurídica del Tribunal del «Santo» Oficio de la Inquisición, cuando los obispos tenían su propio ejército y podían hacer correrías y acudir a conquistar territorios para recibir su parte del botín, cuando podía ejercer fuerza sobre la escasa nobleza partidaria de hacer justicia y respetar los acuerdos, y gracias a esa fuerza mostrar «—Estos son mis poderes» desde la ventana de la residencia del Conde de Tendilla, alcaide de la Alhambra y Capitán General del reino de Granada; cuando gozaba de tanto poder, se acostumbraron mal, como ahora estamos viendo. Se acostumbraron a disfrutar todos los bienes cedidos (cedidos, en usufructo), a ejercer su poder sobre ellos como si fueran propios, pero como no eran propios, era el estado quien «debía» correr con el gasto de su mantenimiento.
Desde entonces ellos los disfrutan, incluso sacan su buen dinerito por permitir la visión de Bienes de Interés Cultural, Conjuntos Histórico-Artísticos y Bienes Patrimonio de la Humanidad. Pero como son Patrimonio y el Patrimonio es de todos, o sea: del común, que el Estado, o sea el pueblo, el común, corra con los gastos de su mantenimiento. ¡Vaya jugada! Se ve que podrán ser cualquier cosa menos tontos. Los jueces, en múltiples ocasiones, han tenido que corregir a los arrendadores y a sus abogados, cuando estos pretendían cargar al arrendatario el coste de las reparaciones por desgaste natural de la vivienda o local arrendado. La Iglesia no paga arrendamiento, ni IBI, ni IVA. Y el coste de mantenimiento también lo carga al erario, «porque son bienes de todos». Porque cada B.I.C., cada Monumento, son emblemas y riqueza artística de una ciudad.
Claro está: a los obispos, cabildos, etc., les interesa más la riqueza física, monetaria, dineraria, que la artística. Disección bien estudiada para disfrutar la riqueza y acumularla, y cargar los gastos al Estado, a los Ayuntamientos. En definitiva: al Común.
Y ya puestos, como todo viene saliendo bien, el Gobierno calla, la mayor parte de los ayuntamientos apoyan y colaboran y los registradores están todos, o casi todos «entregaítos» a sus deseos, los obispos van, utilizan una ley contradictoria con la Constitución y ya derogada, (y con la Iglesia hemos topado, Sancho, como decía D. Alonso Quijano), se autoarrogan el papel de notarios y, mientras los registradores se lo acepten y ninguna autoridad los pare, inscriben a su nombre Catedrales, Iglesias, Parroquias, Capillas, Ermitas, conventos, casas de vecinos, fincas, incluso calles, plazas y hasta fuentes públicas, que de esa manera dejan de ser públicas, porque las han privatizado con el silencio cobarde y colaboracionista de las autoridades. Y debe quedar bien claro por si las «interpretaciones» torcidas, que lo ilegal, ilegítimo y discutido, es hacerse de forma irregular con una propiedad del común. Nunca se ha discutido permitir la continuación del culto. Nadie pretende desamortizar, pese a ser lo que parecen estar buscando.
Así, lo que es y debe seguir siendo de todos, los más de cien mil bienes del común, pasan a ser privados. Y por la estructura de la Iglesia católica, al final de la pirámide, propiedad de un Estado extranjero. Pero se le siguen pagando los gastos de mantenimiento, reparación y hasta se detrae un porcentaje del impuesto común para su mantenimiento. Eso solamente pasa en España, todavía. Recuérdese la respuesta del Arzobispo de París a la alcaldesa de la ciudad: «La Catedral de Notre Dame es un bien de todos los franceses y la deben seguir disfrutando sin pagar nada por eso». Y solo es una muestra. En ningún país del mundo, ni siquiera en Italia, ni siquiera en Portugal, los bienes cedidos para el culto dejan de ser del común para pasar a propiedad de nadie. Ni de la Iglesia ni de nadie.
Pues aquí «con la Iglesia hemos topado, pueblo».