Ellos lanzan todo un chorro de falsas acusaciones sobre «el otro». Una verdadera inundación destructiva tipo «DANA». Hay tertulianos y tertulianas comprometidos con ellos que los siguen y los apoyan, amparados en tertulias de empresas de comunicación que poco comunican y al mismo tiempo convencen a mucha gente que no analiza, que escucha a veces pero no oye. El trio Ayuso-Aznar-Feijoo y sus seguidores insisten en el único «mérito» para ser presidente, el de haber obtenido mayor número de votos. Pero ni la Constitución ni la Ley electoral recogen nada parecido. Al contrario, ambas leyes, la máxima y la específica, dejan muy claro que al presidente no lo eligen los votantes, no lo elige el pueblo, por más que ellos lo continúen aireando en sus carteles electorales y todavía haya quien cree que está votando «por ese señor que sale en los carteles». Al presidente lo elige el Parlamento, los diputados electos. Si estas leyes no son de su agrado, pueden trabajar para cambiarlas por otras que todos podamos considerar más justas, pero que no hagan el doble juego sucio de aferrarse a ellas para luego violentarlas. Al presidente del gobierno lo eligen los diputados electos, entre los cuales el pretendido candidato a presidente tan sólo es uno más.
Esa es la realidad y, debemos repetirlo: si no les gusta que busquen la manera de cambiarlo, expliquen sus razones y sometan ese cambio a referéndum. Pero mientras se empeñen en mantener esas leyes, mientras las sigan considerando inamovibles, se deben limitar a cumplirlas como es el deber de cualquier ciudadano. Y si fuera posible que empiecen a pensar en unas leyes más justas, dónde el ciudadano además de votante sea partícipe, que la verdadera democracia exige cauces serios de participación y representatividad. Está claro que varios millones de personas no pueden sentarse en el Parlamento, tan claro como que el Parlamento debería ser verdaderamente representativo de los votantes, no de los partidos en que se encuentren encuadrados. Porque eso no es democracia. Es partitocracia. Algo que los propios partidos han prostituido, al forzar el voto en bloque, mirando, no por los intereses de quienes les han votado, sino expresamente por los del partido que, casualmente, siempre suele ser el de los grupos de presión de su particular sintonía.
Todo lo que sea intentar reventar la Constitución mientras de forma hipócrita se auto titulan «constitucionalistas», no es oposición «al otro». Es algo más sibilino y malvado. El deber de la oposición es oponerse, pero de forma razonada y si es posible en busca de mayor justicia de la practicada por ese otro al que dicen oponerse. Mientras sigan intentando por todos los medios impedir la elección de un presidente que permita la formación de gobierno, mediante la anteposición —más bien contraposición— de una investidura imposible, contraria a la Constitución y a la Ley electoral, la oposición es claramente a permitir gobernabilidad, la lucha en este caso es para impedir la estabilidad política del Estado. Alargar indefinidamente la elección y forzar nuevas elecciones, es retrasar conscientemente que el Estado pueda funcionar.
Este es el problema de los «españoles de pulserita», los que pregonan una cosa para vender otra. Tener la palabra «España» siempre en la boca, sólo eso, no es defenderla. Porque no defiende a España defender los intereses del IBEX 35, por ejemplo, cuyos miembros en cualquier momento se venden a la tentación de creerse más importantes en una oficina en Holanda, o se entregan en manos de un gobierno extranjero sin respeto a su condición de empresa estratégica, como son ENDESA y Telefónica, por citar dos ejemplos claros y recientes. No es sólo los intereses del IBEX, aunque sean los más importantes por su alcance económico y social. Son los intereses de una clase empresarial dónde se encuadran los «clubs de los ricos» —FAES, Club de Empresarios, CEOE—, que son las beneficiadas, aunque luego los partidos que las benefician se excusen con el mayor cinismo en las pequeñas, medianas y en los autónomos, quienes las sufren tanto como los trabajadores.