Alberto Núñez Feijóo no ha convocado un congreso extraordinario del PP: ha capitulado ante Isabel Díaz Ayuso. Lo ha hecho sin escándalo, sin fuego cruzado, sin comunicados incendiarios. Pero lo ha hecho. Y lo que viene después no será unidad, sino purga ideológica.
Convocar un cónclave de partido en pleno mes de mayo, con varias citas electorales (programadas o plausibles) a la vuelta de la esquina, no es un gesto de autoridad: es una claudicación. Feijóo no tenía intención de mover ficha, pero unas horas después de que Ayuso reclamase públicamente «acelerar el congreso» por el «runrún», el líder nacional ha comparecido para obedecer.
¿A quién se le ocurre pensar que esto no tiene precio?
Ayuso ya ha ganado
Gane o no gane posiciones formales en el congreso, la presidenta madrileña ha logrado lo que quería: colocar al PP en modo guerra. Hacer visible que quien manda, o puede mandar, es ella. Convertir una duda en certeza: que en Génova se ha acabado el tiempo de los silencios gallegos.
Porque el congreso, más allá de las formalidades, marca el final del feijoísmo como proyecto propio. Desde hoy, el PP deja de girar en torno a su presidente y empieza a orbitar en torno al ruido que impone Ayuso. Feijóo queda como figura institucional, pero la tensión ideológica la marcará Madrid.
Trumpismo castizo, ahora sí
Lo que está en juego no es solo una pugna de poder, sino el alma de la derecha española. Ayuso no es una moderada. No cree en la centralidad. Cree en el barro. Su tesis es simple: si quieres robarle votos a Vox, debes sonar como Vox, gritar como Vox y despreciar al adversario como Vox. Pero sin ser Vox.
Esa es la receta Ayuso. Y Feijóo la acaba de comprar.
Lo veremos en las próximas semanas: un PP más duro, más insultón, más cínico. Un PP que ya no simulará tender puentes, sino que se reirá de ellos. ¿Resultado del congreso? Da igual. Aunque lo gane Feijóo, lo gana Ayuso. Aunque lo controle el aparato, el relato será suyo.
Sánchez ya ha ganado esta batalla
En la Moncloa toman nota. Mientras Pedro Sánchez consolida una imagen institucional sólida, sus rivales se enredan en luchas intestinas. No hay forma más clara de perder una elección futura que parecer que estás perdiendo tu partido. Y eso es justo lo que proyecta ahora el PP: desconfianza, debilidad, miedo.
Lo que iba a ser un rearme electoral se convertirá, con toda probabilidad, en una carrera hacia la radicalización, en un intento desesperado de evitar la fuga hacia Vox. Pero los votantes ya han visto esta película antes: cuando el PP intenta parecerse a Abascal, lo que logra es fortalecerlo.
La derrota ya está aquí
No se necesita esperar al congreso para saber quién ha perdido: Feijóo ya lo ha hecho. Lo ha hecho al ceder el calendario. Al seguir la pauta de su rival interna. Al renunciar a liderar para no molestar.
El congreso de este verano no es el principio de algo. Es el final de lo que pudo ser y no fue: un PP más institucional, más civilizado, más serio. En su lugar, veremos lo de siempre. Pero con más colmillo. Y con la presidenta madrileña más cerca que nunca de su objetivo final: la presidencia nacional del partido y, tal vez, del país.
Feijóo ha ganado tiempo. Pero ya no tiene futuro.