«Y aunque parezca mentira, en mi tierra hay cosas que todavía no entiendo…»
(Comparsa La Canción de Cádiz, Tino Tovar)
El nombre del puente José León de Carranza ha vuelto a estar en boca de todas. Y no, no por un incendio más, ni por su eterno socavón en la calzada. Esta vez ha sido por una campaña para rebautizarlo como Puente Rafael Alberti. Y ojo, que nadie me malinterprete: pocas figuras tan dignas como Alberti para dar nombre a una infraestructura en esta provincia que le debe tanto. Pero ¿de verdad es así como queremos construir memoria? ¿Desde arriba y sin contar con nadie?
La iniciativa de recogida de firmas para el cambio de nombre ha conseguido unas 4 000 firmas en un mes. Una cifra que, para quien no se haya criado en el coro de las calles, puede parecer rotunda. Pero si sabemos que en la Bahía de Cádiz vivimos más de 420 000 personas, hablamos de menos del 1%. Si además no se ha contado con ninguna asociación de memoria histórica, ni con colectivos sociales, ni con el movimiento sindical que ha hecho historia en ese puente… ¿de qué memoria hablamos?
«Una copla no es del pueblo si el pueblo no la canta», que decía uno por El Falla.
Lo que molesta (y no solo a ésta que escribe) no es el nombre propuesto, sino el proceso elegido. Una recogida de firmas digital, sin asambleas, sin consulta, sin tejido. Y justo, ¡ay justo!, en el mes en que Cádiz volvió a la calle con la huelga del metal. La Bahía entera rugió de nuevo, con barricadas, sirenas, resistencia. ¿No hubiera sido esa la ocasión perfecta para bautizar el puente con algo nacido del pueblo? ¿Por qué no se escucharon propuestas como «Puente de los Astilleros» o «Puente de la Bahía Obrera», impulsadas desde colectivos obreros y sociales?
«Me han cambiao el nombre del puente y no me he enterao, y yo pensando que eso iba a votarse en mi barrio…» (Cuplé apócrifo de una chirigota por venir)
Incluso la viuda de Alberti lo ha dicho claro: usar su nombre sin consenso social no es homenaje, es imposición. Porque rebautizar un símbolo no es solo cumplir con la Ley de Memoria Democrática. Es tocar algo que pertenece a la memoria popular. Y ya sabemos que en Cádiz los símbolos no se tocan a la ligera.
«El puente fue testigo de huelgas y muros, de coros valientes y obreros duros. Si quieres ponerle nombre con dignidad, no olvides que hay que escuchá la ciudad». (Popurrí imaginario, pero bien afinado)
Y no, esto no es una cruzada contra nadie. Es solo una llamada de atención. Porque si algo nos ha enseñado el Carnaval de Cádiz es que no hay identidad sin participación. Que los grandes nombres, como las coplas, se construyen con el aplauso colectivo. Que la memoria no se decreta: se canta, se pelea, se llora y se celebra.
Así que, si de verdad queremos cambiar el nombre del puente, hagámoslo bien. Con debate público, con consulta ciudadana, con historia y con calle. Porque un puente es eso: algo que une. No algo que se impone desde arriba. Como dice el tango: «Qué bonito sería que lo decidiera mi gente». Pues eso.