No es un escándalo, es una tradición. Una costumbre tan española como el tinto de verano o el máster sin asistir. Aquí no se gobierna: se compite a ver quién tiene la cloaca más decorada. Ayuso con el novio, Feijóo con el narco, Sánchez con el chófer de la señora y Koldo con la tarjeta VIP del fango. Es como un partido de tenis en el que las raquetas están hechas de estiércol y la pelota es la dignidad institucional. Va de un lado a otro, salpicando, hasta que se desintegra.
El “y tú más” ya no es una estrategia: es el lenguaje oficial del Estado. Ayuso dice que todo es una campaña orquestada porque su pareja facturó como si vendiera mascarillas con el sudor de Cervantes. El PSOE, indignado, saca en procesión las fotos de Feijóo abrazado al narco gallego como si fueran las bodas de plata. Y luego llega Sánchez, con su dignidad, sus cinco días de reflexión y su regreso triunfal, como si el CIS le hubiera revelado que Jesucristo en persona piensa votar PSOE.
Y en medio del lodazal, dos criaturas decorativas que juran que no son iguales a los otros mientras les llevan el café. VOX grita «¡traición a España!», desde un yate con bandera panameña y Sumar organiza jornadas sobre ecofeminismo en la cuarta dimensión, mientras su electorado se va a la abstención como quien se va al monte. Uno se disfraza de Guardia Civil con toga y la otra de PowerPoint con coleta.
VOX no es alternativa, es el karaoke de Aznar en modo franquista. Y Sumar es un after en el que ya no queda hielo. Yolanda, eso sí, siempre sonriente, como si creyera de verdad que está cambiando las cosas, mientras los ministros de su espacio se caen del Consejo como fichas de dominó con vértigo. Su papel ya no es el de renovar la izquierda, sino el de servir de coartada para que el PSOE pueda decir que aún es de izquierdas. Y VOX, pues igual: la comparsa necesaria para que Feijóo se ponga corbata de moderado mientras tiene a Abascal metido en el armario de la Moncloa, listo para saltar como un perchero enfadado.
Lo más divertido es ver a la prensa. Hay medios que actúan como notarios del fango: «lo importante no es si es cierto, sino si es útil». En uno, Ayuso es Juana de Arco; en otro, Sánchez es Nelson Mandela con moqueta. La verdad ha muerto y la mató una tertulia con tres cuñados, un ex-comisario y una encuesta. El nuevo periodismo consiste en coger el argumentario de partido, pasarlo por el corrector ortográfico, y firmarlo con un pseudónimo indignado.
Y mientras, el país real: médicos que no dan abasto, alquileres en Marte, jóvenes con contratos que duran menos que un story de Instagram, y una ciudadanía que ya no se indigna porque ha aprendido que la rabia también cansa. En las encuestas, el partido más votado es la desconfianza, y la militancia más fiel es la de los que dicen «yo paso».
Pero tranquilos: hay elecciones, y nos prometen que esta vez sí. Esta vez sí que vendrá la regeneración. Esta vez sí que acabaremos con la corrupción, el barro y la decadencia. Esta vez sí que no será como la última. Aunque todos sabemos que sí, que será exactamente igual. Pero con más banderas. Y menos vergüenza.